lunes, 29 de marzo de 2010

Los Hermanos Coen y la Fortuna Moral

Ha pasado menos de una hora desde que me quedé deslumbrado ante los créditos finales de A Serious Man (Ethan Coen & Joel Coen, 2009), y puedo anticipar que mi ánimo permanecerá subyugado por el embrujo de este relato durante las próximas semanas. A los pocos días de su estreno en México, uno de los críticos de cine del diario Reforma calificó a Larry Gopnik (interpretado por Michael Stuhlbarg), el profesor universitario de física que protagoniza la historia, como un Job posmoderno (o algo por estilo). Un buen amigo mío atacó sin miramientos esta lectura del filme: en la página web del periódico  asentó que semejante interpretación evidenciaba que el crítico en cuestión no le había comprendido en absoluto (maravillas de la red: desde el otro lado del Atlántico puedo dar seguimiento a las polémicas sostenidas en los más variopintos frentes por colegas a quienes, huelga decir, extraño profundamente). Aunque yo no quisiera llegar a la defenestración que mi amigo hizo del criterio de aquel periodista (creo firmemente que, a final de cuentas, los relatos pertenecen a cada uno de sus lectores), ciertamente también debo manifestar un radical desacuerdo con la equiparación entre Gopnik y Job.




Job acepta su destino pacientemente, en prueba de su fidelidad a la voluntad divina. Gopnik, por el contrario, busca desesperadamente una explicación que le ayude a asimilar los infortunios que se ciernen sobre su vida. Desde mi punto de vista, A Serious Man es una narración sobre la incertidumbre y la forma como los seres humanos, desde nuestra irremediable fragilidad existencial, lidiamos con ella. Desde los primeros minutos del filme, Gopnik explica en una de sus clases de mecánica cuántica la paradoja del gato concebida hacia 1935 por el físico austriaco (aunque nacionalizado irlandés) Erwin Schrödinger, quien proyectó un experimento formado por una caja cerrada y opaca que contiene un gato, una botella de gas venenoso, una partícula radiactiva con un 50% de probabilidades de desintegrarse en un tiempo dado y un dispositivo tal que, si la partícula se desintegra, rompe la botella... con la consecuente muerte del gato. De acuerdo a las leyes que rigen la mecánica cuántica, el sistema gato-dispositivo está inscrito en un entrelazamiento (Verschränkung), esto es, no puede separarse en sus componentes originales (el gato por un lado y el dispositivo por otro), a menos que se haga una medición sobre su conjunto.

Mientras no abramos la caja, el sistema (descrito por una función de onda) posee simultáneamente aspectos de un gato vivo y aspectos de un gato muerto o, dicho en otras palabras, sólo podemos predicar sobre la potencialidad del estado final del gato. ¿Por qué no abrir la caja, entonces, para resolver definitivamente la duda? En realidad, poco adelantaríamos con  esto: la sola acción de observar modifica el estado del sistema a tal grado que percibimos un gato vivo o un gato muerto. Por tanto, la pregunta (crucial a todos los efectos) sobre la vida o muerte del gato sólo puede responderse probabilísticamente.





Larry Gopnik -al igual que cualquiera de nosotros, parecen insinuar los hermanos Coen- es como el gato dentro de la caja opaca: un juguete en las garras de la incertidumbre, vivo y muerto a la vez... hasta que el observador determina su destino (algo que, por supuesto, los Coen no conceden al espectador). Las consecuencias éticas que siguen a la aceptación de esta idea son sencillamente devastadoras: la concepción tradicional (o, mejor dicho, kantiana) de la agencia moral, en cuanto capacidad de actuar intencionalmente (es decir, reflexiva y autónomamente), parece negar cualquier relevancia al azar. No obstante, la realidad también impone exigencias sobre la agencia moral. Bajo ciertas circunstancias, puede ocurrir que el sujeto se encuentre arrojado a una situación tal que su agencia discurra bajo condiciones tan desafortunadas que le constituyan definitivamente en heterónoma.

En su libro de 1981 titulado, precisamente, Moral Luck, Bernard Williams plantea un novedosa tesis moral fundada sobre dos reflexiones: primero, que la moralidad tiene que ver con los proyectos de vida y no simplemente con las acciones instantáneas; segundo (¡ay, Kant, qué dolor!), que el éxito de tales proyectos y, por tanto, la intervención de la fortuna, forman parte también de la consideración moral. Williams, por supuesto, distingue también entre aquellos casos de mala fortuna que son extrínsecos a un proyecto de vida (como los accidentes e infortunios), y aquéllos que son intrínsecos y determinan de forma interna su éxito o fracaso. La larga trayectoria vital es la unidad de medida que rige el programa filosófico de Williams: necesitamos buena suerte no para realizar exitosamente tal o cual acción (como si nuestra vida se constituyera por una serie concatenada de juegos de lotería), sino para el conjunto de una vida que verdaderamente podamos llamar nuestra, construida no sólo por intenciones atómicas y desconectadas (hic et nunc), sino por complejas decisiones que contribuyen a la constitución de proyectos dotados de actitudes persistentes, de una coherencia básica que dota de unidad a nuestro itinerario existencial personal. Pensemos, por ejemplo, en las personas sacrificadas en los campos de exterminio nazis: ¿acaso su existencia no fue un mero discurrir ciego entre el marasmo incomprensible del contexto histórico en que tuvieron la mala fortuna de existir? ¿no son sus vidas rotas una prueba irrefutable de los temores expresados por Borges en El Aleph, cuando afirma que «un hombre se confunde, gradualmente, con la forma de su destino»?

Las teorías del contrato social presuponen implícitamente una buena fortuna básica para la agencia humana. En la fundación originaria de la civitas están presentes individuos reflexivos y autónomos, que eligen los principios de justicia que habrán de regir su convivencia bajo condiciones de razonabilidad, sin que para estos efectos guarde relevancia el hecho que la situación originaria sea descrita como un desorden violento o una paradisíaca convivencia pacífica. Desde la perspectiva contractualista, los constituyentes de la sociedad son seres capaces, agentes fundamentalmente libres. No obstante, esta ficción filosófica lleva en sí la huella de la ingenua idea ilustrada del progreso. Después de Auschwitz y Hiroshima, tenemos la responsabilidad histórica de admitir que existen determinadas coyunturas en las que las condiciones originarias del contrato social son imposibles, sin que ello implique un retorno al estado de naturaleza: antes bien, se trata de una degeneración del estado social que degrada absolutamente la autonomía.

A Serious Man nos recuerda que, bajo ciertas circunstancias, nuestra vida puede convertirse en una imposición pura de la incertidumbre, de modo que el sometimiento a sus designios constituya nuestro único horizonte moral. La construcción de Utopía, bajo este supuesto, es más exigente que lo que hubiésemos supuesto inicialmente: para alcanzarla, necesitamos asegurar las condiciones de nuestra buena fortuna moral (mediante un conocimiento verdadero acerca de cómo son nuestras circunstancias, la formación de deseos adecuados a nuestras necesidades derivadas de ellas, y la correcta coordinación entre uno y otros), en forma tal que podamos preservar a la postre nuestro potencial para llegar a ser todo aquéllo que nuestro anhelo haya proyectado. Un primer paso para conseguir esto -aunque suene a cliché- consiste en defender, como cuestión de principio, los presupuestos básicos de la democracia liberal. Aún ante la adversidad, Larry Gopnik (y cada uno de nosotros) puede encontrar un itinerario propio, autónomo e independiente siempre que el medio social y político se construya en forma tal que potencie y posibilite la realización de los diferentes planes de vida de los individuos, en vez de anularlos. Al menos en esto, aún reconociendo nuestra indefensión respecto a la elemental incertidumbre existencial, podemos influir...

3 comentarios:

  1. Estimado amigo:

    Me parece genial que hayas decidido hacer un blogg sobre esta película. Ya he escuchado a otros la idea de comparar a Larry Gopnik con Job. Me sigue pareciendo una muy mala idea. Así como también me lo parece que se compare a Ed de "The man who wasn´t there" con "El Extranjero". A final de cuentas tanto Job como Meursault encuentran un sentido; el primero en la fe y el otro en la rebelión lúcida. Los Coen se regodean en la exploración del sin sentido desde el sin sentido mismo. De hecho es interesante que hayan explorado las tesis de Erwin Schrödinger desde la práctica del derecho penal en "The man who wasn´t there". Observar las cosas, las cambia. Nada podemos saber: principio de incertidumbre. Eso excluye por completo la posibilidad de hacer algo, de ser un agente moral. A barber who wanted to be a Dry Cleaner.

    Deberías hacer un blogg más amplio sobre cine y filosofía. Estaría de súper lujo. El tema que mencionas sobre el azar y agentes externos a la vida lo ha explorado de manera genial Kieslovsky en un filme que justo así se llama: "El azar".

    Un abrazo amigo.

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  2. ¡Amigo, gracias por haberte detenido unos instantes a echar un ojo sobre estas líneas! Perdona que me haya visto un poco lento en responder a tu comentario: apenas comienzo a adaptarme a la administraión del blog. Coincido en la lectura que haces de los dos filmes de los Coen a los que te refieres. Aún en estos tiempos de imperio del lector (Barthes mediante) hay lecturas buenas, y otras que no lo son tanto. Claro que tu ojo sensible y crítico suele dar con la mejor manera posible de leer cualquier mensaje. En lo personal, quizás por el vértigo que me produce aceptar la premisa filosófica desde la cual los Coen entretejen las historias de Larry Gopnik y Ed Crane, he preferido forzarlas un poco: quedarme con la "ilusión" (¡nunca mejor dicho!) de que, al menos en alguna medida, puedo participar en la determinación de los horizontes en los que ejerceré mi agencia moral (¡así sea en el ámbito público... en el que, debo admitir, las condiciones de incertidumbre se multiplican hasta el infinito!)

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  3. Fe de erratas tardía: donde dice "adminitraión", debe decir "administración"...

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