domingo, 30 de mayo de 2010

Un Crudo Diagnóstico, Una Oportunidad para la Esperanza

Una nota sobre la España Post-Tijeretazo. Apenas una semana después de que el Ecofin (el Consejo de Asuntos Económicos y Financieros de la Unión Europea, integrado por los Ministros de Economía y Finanzas de los 27 estados miembros de la Unión, así como los Ministros de Presupuesto cuando se discuten cuestiones presupuestarias) aprobase imponer mayores controles sobre los hedge funds con un criterio de oportunidad que recuerda al refrán castellano que censura tapar el pozo después de que el niño se hubiese ahogado, el Partido Socialista Obrero Español aprobó en solitario y por un solo voto el real decreto-ley de medidas de ajuste del gasto público que aprobó el Gobierno español el pasado jueves. Con motivo del ambiente enrarecido que ha dejado el maremoto económico de las últimas semanas, un buen amigo mexicano ampliamente versado en cuestiones españolas me ha hecho llegar en un correo electrónico su lacónico (¡y durísimo!) diagnóstico sobre la situación actual en esta orilla del Atlántico (espero que pueda perdonar mi ciber-indiscreción, pero su lucidez me impresionó a tal grado que realmente estimo imprescindible compartirla con los tres lectores de este blog):

«La crisis económica siempre trae consigo su pathos destructivo que anida en la mente de la gente sin que se dé cuenta. Jamás volverá la España dorada del felipismo y su optimismo falsamente cosmopolita y turbiamente democrático, mucho menos la fantasía ostentosa del Aznar. La ideología galáctica que infestó al fútbol y a la política, a la cultura y la economía, se ha convertido en la escena darwinista más feroz. Ni modo, hay que salvarse de alguna forma».

A diferencia de mi amigo, me gustaría figurar para esta tierra un futuro más allá del sálvese quien pueda por dos razones. La primera es, sin mayores preámbulos, eminentemente práctica: mi vida actual está fincada en España. La segunda, en cambio, apela a esas razones del corazón que hoy en día han perdido tanto prestigio, pero que (creo) todavía valen en la medida en que sean ponderadas con un poco de buena fe. Después de ocho años por estos lares, uno acaba tomándoles cariño, y ciertamente me gustaría que la crisis tuviese un desenlace esperanzador. Quizás sea una buena noticia que los tiempos pasados no puedan repetirse. Utopía es novedad: anticipación de un mañana mejor, en que (¡ojalá!) los ciudadanos y las ciudadanas votarán por aquellos programas e idearios que consideren auténticamente emancipadores, y exigirán a los políticos que los representan que obren en congruencia con ellos, en vez de dejarse seducir por las consignas vacías o los rencores viscerales que nutren la metáfora caníbal de las dos Españas*.

PD. A los amigos y las amigas en Colombia: hoy toca votar. Con todo cariño, les deseo que mañana, a esta hora, la Esperanza (que es el motor ético de la utopía) haya tocado a las puertas de su democracia...


* Me refiero, por supuesto, a la inquietante imagen del conflicto fratricida latente en el célebre poema machadiano: «Ya hay un español que quiere/ vivir y a vivir empieza/ entre una España que muere/ y otra España que bosteza/ Españolito que vienes al mundo, te guarde Dios/ una de las dos Españas/ ha de helarte el corazón».

jueves, 27 de mayo de 2010

¿Cómo se llega a Carnegie Hall?

Ensayando...



Un chistecito con sazón gringo. Como dice Zoot (el saxofonista que aparece en el vídeo): los viejos chistes  son siempre los mejores. Por supuesto, esto es una exageración: no siempre lo son, pero en ocasiones -sobre todo cuando los tiempos barruntan crisis- pueden constituir sabrosos recordatorios de que nunca es demasiado tarde para retomar el rumbo de nuestras vidas. Ojalá que quien ensaye y conozca la música (cabe precisar que, en materia musical, quien dice "conoce" también quiere decir "siente"), todavía pueda llegar a Carnegie Hall.

Salud, y hasta la próxima.

martes, 18 de mayo de 2010

A Vueltas con Mozart: De Baby Einstein a la Revolución Francesa

Tras varias jornadas entregado al comentario de temas eminentemente sórdidos y/o distópicos, me ha invadido la ingente necesidad de volver a las raíces utópicas de este espacio bloguero. Puesto que, además, los próximos días estaré ausente, enclaustrado en un congreso sobre teoría del Derecho en la ciudad de Girona, he decidido cerrar la semana con una entrada sobre algún tema musical. De este modo, procuraré a los tres lectores del blog un buen sabor de boca y, al propio tiempo, rendiré un veloz homenaje a la música, llamada por Ernst Bloch la más utópica de las artes.

En el año 1993, a raíz de la publicación en la revista Nature de un estudio  sobre la relación entre la música y nuestra capacidad de razonamiento espacial, se esparció a lo largo y ancho del planeta la convicción de que los bebés menores de tres años que escucharan el primer movimiento de la Sonata para Dos Pianos en Re Mayor, K. 448, de W. A. Mozart, verían más desarrolladas sus capacidades intelectuales. Esta creencia fue bautizada como «el efecto Mozart», y suscitó un auténtica avalancha de productos comerciales presuntamente educativos destinados a los bebés. Entre los fabricantes y distribuidores más visibles de dichos productos se encuentra la compañía Baby Einstein, adquirida por Walt Disney en 2001 (cabe recordar, entre su oferta pedagógica, el inefable CD titulado «Baby Mozart» que, por supuesto, incluye en su repertorio la pieza musical antes mencionada).


Ahora, un equipo de psicólogos de la Universidad de Viena ha rebatido esta tesis con el que dicen es el estudio más comprehensivo que se ha realizado sobre esta materia hasta la fecha. Los psicólogos austriacos han expuesto a 3000 sujetos a la antedicha sonata, pero no han encontrado cambios significativos en sus habilidades cognitivas. Los resultados de su investigación han sido publicados en el número de la revista Intelligence correspondiente a este mes, y muestran que el mero hecho de escuchar música de Mozart no permite observar mejoras en las facultades de los sujetos expuestos a ella.

El «efecto Mozart» se hizo tan famoso que llevó la pieza musical en cuestión hasta las listas de superventas. El Gobernador del estado de Georgia, en los Estados Unidos, incluso llegó al extremo de regalar a cada madre primeriza un CD de música clásica en 1998. No obstante, numerosos científicos llevan años poniendo en duda la realidad del «efecto Mozart» (una postura que incluso ha encontrado respaldo, en fechas relativamente recientes, en la propia revista Nature). Hoy difícilmente podríamos afirmar que la música clásica nos convierte en personas más inteligentes. De hecho, Baby Einstein ha convenido en reembolsar el precio de sus productos a quienes, con la falsa esperanza de formar un genio en la familia, los adquirieron entre el 5 de junio de 2004 y el 4 de septiembre de 2009.

Llámenme necio, entonces: a pesar de los pesares, yo quisiera reivindicar el valor pedagógico de Mozart. Liberado del pesado fardo de Baby Einstein, el compositor austriaco puede revelarse como un músico indispensable en los tiempos que corren. Le nozze di Figaro, ossia la folle giornata, (K. 492) debería ser la ópera de cabecera para todo trabajador acosado por la crisis. Inspirada en La Folle Journée, ou Le Mariage de Figaro (1778), pieza teatral escrita por Pierre-Augustin Caron de Beaumarchais, esta obra -que ninguna compañía operística osaría excluir de su repertorio- fue estrenada el 1º de mayo de 1786, escasos tres años antes del inicio de la Revolución Francesa. Justamente, el espíritu revolucionario se anticipa, latente, agazapado en los acordes de Mozart y los versos con los que su guionista, Lorenzo da Ponte, da vida al duelo amoroso entre el conde Almaviva y su criado Figaro, que habrá de resolverse a favor del ingenio de este último.

En Le nozze di Figaro, como podría esperarse en todo conflicto de clases, la conciencia de la injusticia viene de abajo. «Bravo, Signor padrone», musita Figaro enfadado desde el principio del primer acto, cuando su prometida Susanna le hace saber que sospecha que el conde ha dispuesto sus habitaciones muy próximas a la suya con miras a  seducirle con mayor facilidad. A continuación, Figaro entona un minuet burlesco y, a la vez, amenazante, que miniaturiza al amo: «Se vuol ballare, Signor Contino». El conde desea bailar: que así sea, pero Figaro decidirá la música y el ritmo.



En el Tercer Acto, el conde responde con un soliloquio recitativo y un aria («Hai gia vinto la causa») rebosante de ira y violencia. No sólo su lujuria, sino también su sentido del orgullo y las jerarquías sociales, han sido profundamente ofendidos por los planes para mantener a Susana a salvo de sus garras. «Vedro, mentr'io sospiro, Felice un servo mio» («¿Porqué he de suspirar frustrado, mientras es feliz un siervo mío?»), se pregunta con amargura.



Al final, los deshonestos deseos del conde son puestos en evidencia mediante el ardid del disfraz (la condesa y Susanna, patrona y sirvienta respectivamente, intercambian sus vestidos), allanando así el camino hacia la reconciliación final, el momento más sublime de la ópera. Sin embargo, esta reconciliación no involucra los elementos tradicionales de la gracia (grazia) concedida por los dioses, o la clemencia (clemenza) mostrada por los monarcas hacia sus súbditos. Se trata, simple y llanamente, de un acto de perdón (perdono). Enredado en sus propias mentiras y confundido por los nobles vestidos que porta Susanna, el conde piensa que la condesa le ha sido infiel con Figaro. Susanna (actuando como la condesa, cabe insistir) le ruega perdón, pero el conde no se lo concede. Entonces la condesa, vestida como Susanna, se presenta ante él. Puesto que el conde ha intentado seducirla, ignorante de que en realidad era su esposa, se ve obligado a solicitar el perdón que antes había negado:

«CONTÉ: Contessa, perdono.
CONTESSA: Più docile io sono

E dico di sì.

TUTTI: Ah! Tutti contenti
Saremo così.»
 
Conde: Condesa, perdóname. Condesa: Mi amabilidad prevalece, y te concedo el perdón. Todos: ¡Ah, todo mundo estará feliz ahora!»)



Tutti contenti saremo così: el momento utópico de la reconciliación en la igualdad, la libertad y la fraternidad soñado por la Revolución Francesa. En suma, escuchar a Mozart seguramente no nos hará más listos. Sin embargo, con un poco de buena fe, probablemente nos ayude a vivir con mayor dignidad. Porque cada trabajador, como Figaro, puede marcar el ritmo de su respectivo contino.

lunes, 17 de mayo de 2010

El Odiado «Jefe» Diego

¿Dos entradas en un mismo día? Los acontecimientos recientes justifican esta prolijidad bloguera. El pasado viernes 14 de mayo, Diego Fernández de Cevallos Ramos (mejor conocido como El «Jefe» Diego) desapareció al llegar a «La Cabaña», un rancho de su propiedad situado en el municipio de Pedro Escobedo, en el estado mexicano de Querétaro. Los hechos fueron conocidos al encontrarse abandonada, dentro de la finca, la camioneta en la que viajaba Fernández de Cevallos. El vehículo fue hallado con la portezuela abierta, trazos de violencia e incluso huellas de sangre.

Abogado y político, Fernández de Cevallos es miembro del Partido Acción Nacional (PAN), bajo cuya bandera se ha desempeñado como diputado federal, senador de la República y candidato a la Presidencia de la República Mexicana en 1994. Prácticamente desde que tengo uso de razón, don Diego ha ocupado un sitio privilegiado en el debate público mexicano. Megalómano, elocuente y poco proclive a tolerar puntos de vista distintos del suyo (esto lo pude constatar personalmente, durante un concurso de oratoria celebrado en la Ciudad de México en el ahora lejano año de 1996), Fernández de Cevallos es un personaje que suscita adherencias instantáneas o antipatías irreconciliables. Aunque, para ser franco, yo ciertamente no me cuento entre sus admiradores, no he podido evitar que me recorriera un escalofrío al leer los comentarios a las notas periodísticas que dan cuenta de su desaparición. Transcribo algunos, para reproducir el ambiente generado por el sujeto en cuestión y su incierto destino.

En Reforma, por ejemplo, podemos leer (aclaro que, un par de horas atrás, encontré unos comentarios aún más folclóricos, pero por lo visto la redacción del periódico cuenta con un moderador que censura rápidamente cualquier exabrupto radical):



YOPI: OJALA SEA EL INICIO DE UNA ESCALADA CONTRA LOS CERDOS QUE NOS GOBIERNAN, GENTE COMO ESA QUE SE ROBAN LO QUE PERTENECE A LOS DEMAS.

José Manuel Rodríguez: Sólo se tiene una certeza: la sangre encontrada seguro que es de un marrano.

El Universal consigna linduras semejantes:


Vico: Un politicucho menos, gracias a Dios empiezan a extinguirse y que mejor que empezaron con uno de los peores, y si el señor esta muerto pues que pena por el infierno por que ya va pa'allá...

JP: Yo no canto victoria hasta ver el cadáver.

fjed73: BIEN POR LOS NARCOS O POR QUIEN HAYA LEVANTADO A DIEGUITO, UN PANISTA MENOS Y UN TRAMPOSO VENDEPATRIAS MENOS, FESTEJO A LOS AUTORES DE ESTA MUESTRA DE JUSTICIA, ESTO NOS DEMUESTRA Q PERRO Q LADRA NO MUERDE, ESPEREMOS QUE VICENTE Y FELIPE SE REUNAN CONTIGO PRONTO.

soysupadre: por fin en este país pusieron a alguien en su lugar¡¡¡... solo está cosechando una larga milpita de enemigos de todooos los niveles.


Así podríamos seguir, colmando páginas y páginas enteras con rabiosas invectivas y amargas maldiciones. ¿Vox populi, vox Dei? No sólo no me atrevería a afirmarlo sino que, por esta ocasión, quisiera distanciarme claramente del clamor popular  aunque, hasta cierto punto, comprendo la indignación acumulada contra Fernández de Cevallos. En la fragilidad de su situación actual, el «Jefe» Diego simboliza la caída de la clase política en la incertidumbre de la vida en México. Hoy como nunca, José Alfredo Jiménez ha cobrado una estremecedora actualidad: todo parece indicar que, en México, la vida no vale nada para todos por igual...
Imagino que quienes se regocijan con la misteriosa desaparición de Fernández de Cevallos piensan que, finalmente, la violencia ha igualado a todos los mexicanos, incluyendo a quienes se encuentran parapetados en la oligarquía. Entre los abusos de poder, la corrupción, el racismo y la miseria circundante, el secuestro del «Jefe» Diego puede parecer el principio de una justicia largamente postergada. Sin embargo, no es así: la verdadera justicia debe administrarse en los tribunales, bajo la estricta observación de los principios del debido proceso. Quien acepta lo contrario, renuncia a la razón moderna encarnada en las formas democráticas y el Estado de Derecho, para abrazar en cambio la primitiva solución de la venganza privada, bajo la cual irremediablemente impera la ley del más fuerte. Al repeler los cobardes dicterios lanzados contra Fernández de Cevallos, entonces, no pretendo excusar al oligarca, sino reivindicar las vías pacíficas del Derecho como instrumento para la solución de conflictos sociales: una responsabilidad que me interesa como ciudadano porque las diferencias políticas no deberían resolverse en cínicos regodeos sobre la desgracia del contrincante, sino en el debate razonado, libre y abierto.
El espacio público democrático exige un mínimo respeto hacia quienes no comparten nuestros puntos de vista sobre la política y la sociedad. Esto lo entendió bien Voltaire, quien frecuentemente singularizó su correspondencia con una expresión que no ha perdido en absoluto su vigor revolucionario: «Écrasez l'infâme!» (¡Aplastad la infamia!). Con estas tres palabras, Voltaire denunció reiteradamente los abusos cometidos por la aristocracia y el alto clero en contra de los sectores más humildes de la sociedad francesa de su época. Sin embargo, Voltaire jamás obró en forma infamante contra la infamia misma. La justicia no tolera la mezquindad ni la cobardía: creo que lo menos que debemos a Diego Fernández de Cevallos es considerarle bajo este espíritu volteriano, y desearle que vuelva pronto, sano y salvo, al lado de las personas que le aman.

El Presidente Cansino

Este fin de semana una palabra me ha rondado la cabeza. Cansino. Según el Diccionario de la Lengua Española de la Real Academia, cansino es aquel «hombre» o «animal» que «tiene su capacidad de trabajo disminuida por el cansancio», o que «por la lentitud y pesadez de los movimientos revela cansancio». Asimismo, dicha voz puede emplearse como adjetivo para calificar a un individuo «cansado, pesado». La imagen del presidente mexicano, Felipe Calderón, en la pantalla de mi televisor me provoca irremediablemente un profundo cansancio. No cabe duda alguna: Calderón se ha transformado en el símbolo vivo del individuo cansino al repetir ad nauseam, en cuanto tiene un micrófono ante él, las supuestas bondades de su estrategia contra las drogas.

El pasado 10 de mayo, la administración estadounidense presidida por Barack Obama presentó (¡por fin!) una estrategia para el control de las drogas que, en vez de centrarse en la persecución policiaca del tráfico, ha puesto el acento en la atención médica sobre las adicciones. Dicho en otros términos, el nuevo enfoque estadounidense sobre la cuestión de las drogas está focalizado en la salud, no en la seguridad pública. Este giro en la percepción pública del fenómeno no es en absoluto improvisado, sino que responde a una progresiva concienciación sobre el fracaso de las políticas prohibicionistas. De hecho, California podría convertirse en noviembre en el primer estado de los Estados Unidos en legalizar la venta y posesión de la marihuana. Los activistas a favor de la legalización esperan que, de ser positivo el resultado, sea la vanguardia de un movimiento nacional. A la fecha, catorce estados ya la han legalizado para uso medicinal, pero sólo California tiene dispensadores y promueve la venta.

Ajeno a este cambio de orientación en las ideologías penales relativas al tráfico y consumo de drogas (que no se circunscribe a los Estados Unidos, sino que alcanza también a la Unión Europea), Calderón insiste en emular a John Wayne a costa de las vidas ajenas. En una entrevista concedida al diario español El País el día 14 de mayo, el presidente cansino apuntaba con relación a su particular guerra contra el narcotráfico lo siguiente:

P. ¿Cómo explica que, a pesar de la guerra contra el crimen organizado, el narcotráfico siga teniendo tanta fuerza?

R. Si hubiéramos enfrentado antes a las mafias, cuando el problema empezó a surgir, ya lo habríamos resuelto. Pero se le dejó crecer con un falso concepto de tolerancia, de arreglos implícitos -como algunos asesores del presidente Vicente Fox han sugerido- y precisamente por abrirles la puerta y dejarlos entrar a diversas zonas y territorios del país se apoderaron de buena parte de su estructura social, e incluso institucional. Además, desde que en 2004 desaparece en EE UU la prohibición de venta de armas de asalto, creció de manera muy importante el poder bélico de los carteles. Lo cual lleva a mayor poder de confrontación con otros carteles y con las autoridades. Nosotros hemos decomisado en tres años algo así como 75.000 armas, de los cuales más de 40.000 son rifles de asalto, unas 5.000 granadas, ocho millones de cartuchos, lanzamisiles, un arsenal capaz de armar a un Ejército.

P. Cuando inició su guerra contra el crimen, ¿sospechaba que tenía tanto poder?

R. No había una idea precisa de las dimensiones, pero sí había una certeza de la peligrosidad y de la imperiosa necesidad de cortar esa ola expansiva. El cáncer estaba ahí y, a medida que lo hemos enfrentado, hemos visto la dimensión que tiene. Ese proceso se vio en otros países, sólo que en Colombia se llevó muchísimo tiempo e igualmente generó una gran cantidad de muertos. Pero no se puede medir el éxito o el fracaso por el sólo número de muertes. El número de muertes lo que refleja es la intensidad del problema.

P. ¿Y hay una fecha para terminar esta guerra?

R. Para mí va a ser una batalla muy larga y muy cruenta. Va a implicar mucho tiempo, mucho dinero y, por desgracia, va a implicar, muchas vidas humanas. Pero es una batalla que hay que librar y que unidos vamos a ganar.
Caray. Una batalla muy larga y muy cruenta. Palabras dignas de escucharse en labios de Gandalf, el bravo hechicero de The Lord of the Rings, para referirse a Sauron (el Señor Oscuro que habita en Mordor) y sus secuaces. Pero México no es la Tierra Media, ni el presidente cansino tiene la sabiduría de Gandalf el Gris (ulteriormente conocido como el Blanco). Una vez más, Calderón parece haber olvidado un principio fundamental de legitimación de los órdenes jurídicos liberales: a su interior, el Estado de Derecho no conoce enemigos, sino ciudadanos. Algunos obedecen las leyes, otros optan por infringirlas. En este segundo caso, a la violencia del delito debe oponerse la fuerza del Derecho. Conferir a los delincuentes la calidad de enemigos en una guerra los coloca al mismo nivel que el Estado y, por supuesto, el Derecho que éste debe salvaguardar. La fuerza no hace derecho, habremos de repetir con J. J. Rousseau: la legitimidad del Estado mexicano no reside en las bayonetas de los soldados, sino en la razón que las formas democráticas y los derechos humanos confieren (o, mejor dicho, deberían conferir) a sus instituciones. El poder de las bandas de ladrones reside en las pistolas que enarbolan: es una pena que el Estado mexicano, en vez de destinar sus esfuerzos a promover la salud de sus ciudadanos y disuadir del consumo de drogas mediante la educación, haya optado por la legitimación fácil del forajido, entre el hierro y la pólvora.

Una avispa busca en vano una vía de acceso a mi habitación. Una y otra vez choca contra el cristal cerrado de mi ventana. A las espaldas del infeliz insecto, la soleada mañana se extiende en infinidad de colores y embriagadores aromas. Yo pienso en México y su presidente cansino, y una abrumadora tristeza me invade...

sábado, 15 de mayo de 2010

Uróboros: Semblanza de una Crisis Financiera (Viciosamente) Circular

Corren tiempos oscuros. Hasta el perenne optimismo de José Luis Rodríguez Zapatero se ha estrellado con la realidad de la última crisis del sistema capitalista de producción. Zapatero, según reportaba el diario El País el pasado día 13 de mayo, después de seis años de mandato como presidente del Gobierno español «atravesó ayer el Rubicón y cruzó una de las líneas rojas que él mismo había prometido no traspasar nunca: el recorte de gastos sociales».  Zapatero, en efecto, anunció en el Congreso que va a reducir el sueldo de los funcionarios una media del 5% este año y que no los subirá en 2011; congelará las pensiones el próximo ejercicio y suprimirá la ayuda de 2.500 euros por nacimiento (el famoso cheque-bebé), desde el 1º de enero. Con este conjunto de medidas, que se complementan con otra bajada de sueldo del 15% entre los miembros del Gobierno, cambios en las prestaciones de la Ley de Dependencia o recortes en la inversión pública y la ayuda al desarrollo, entre otras, el Ejecutivo español calcula que será capaz de cumplir el nuevo objetivo de reducción del déficit en cinco puntos del PIB de aquí al próximo diciembre.

Hasta donde llega mi corto entendimiento sobre tales cuestiones, este salvaje tijeretazo sobre el gasto público, aunque tardío, debería rendir efectos positivos sobre la atribulada economía española. El déficit influye en la colocación de la deuda pública española en los mercados internacionales. Si la deuda española no se vende, o alcanza un precio demasiado alto (como sucedió con Grecia), el Estado tendría gravísimos problemas de financiación para afrontar a corto plazo incluso las partidas de gastos corrientes (entre las que están, precisamente, las nóminas mensuales de los más de 3 millones de funcionarios públicos).


El problema estriba en que la mano invisible que mueve los mercados suele ser muy quisquillosa, y aún después de los drásticos ajustes al gasto público adoptados por la administración presidida por Zapatero, el Ibex 35 (principal índice de referencia de la bolsa española) cayó este viernes un 6,6 %. España parece irremediablemente atrapada en el perverso uróboros de la crisis financiera: los mercados no confían en la capacidad real de los gobiernos para realizar recortes presupuestales; los recortes obstaculizan la recuperación de la economía; y sin recuperación de la economía empeora el estado de las cuentas de los Estados.





Uróboros: La sepiente que se engulle a sí misma



¿Dónde empieza y dónde termina el círculo vicioso que impulsa la crisis financiera? Resulta curioso (para decirlo amablemente) que las soluciones planteadas para tranquilizar a los mercados rara vez afecten a los grandes capitales. Más de dos años después de la quiebra de Lehman Brothers (que tuvo lugar en octubre de 2008), aún no se han concretado las medidas necesarias para instrumentar un control público sobre los denominados hedge funds (también conocidos como «fondos de inversión libre»), que jugaron un rol crucial en el desencadenamiento de la actual crisis financiera. En suma, el panorama económico mundial invita a ceder ante la socarrona lucidez con la que El Roto, caricaturista de El País, resume la situación actual en la viñeta publicada el día de hoy:




La razón asiste a El Roto. En mayo de 2010, el espíritu de mayo del 68 parece absolutamente subvertido (¿o será mejor decir pervertido?): «¡La economía hace agua! ¡Arrojad a la población al mar!»  A menos que... la población apague el televisor (resulta ominoso que, un día después de que fuera anunciado el mentado tijeretazo, más de dos millones de espectadores se engancharan con el estreno de un reality titulado, justamente, «Mujeres Ricas»), afiance los pies firmemente en tierra, y se rehúse a abandonar la nave para salvar del naufragio a Lehman Brothers e instituciones anexas...

lunes, 10 de mayo de 2010

El Teatro del Mundo: En los libros hallarás el tesoro del saber...

El pasado 29 de abril, D. Fernández publicaba en la edición digital del diario 20 minutos una curiosa nota sobre la trama de corrupción "Gürtel"*, que lleva varios meses presente en los titulares de los telediarios y los periódicos españoles, misma que transcribo íntegramente:

La 'trama Gürtel' compró libros para saber cómo delinquir

La biblioteca personal de Francisco Correa y sus lugartenientes era muy particular. Consciente de los 'negocios' que tenía entre manos, el cerebro de la trama Gürtel decidió instruirse para poder delinquir con mayor rigor.


En la documentación del sumario judicial, aparecen las facturas de los diez libros que Correa compró en 2005 y 2006. El listado incluye libros con títulos tan ilustrativos como: Falsedades documentales en el Código Penal; Delito de prevaricación; Delitos cometidos por autoridades; Delincuencia urbanística. Aspectos; Delito urbanístico y cuatro tomos de la obra Delitos contra la Administración Pública.

La compra de los libros coincide con la creación, por parte de Correa, de un partido político llamado Corporación Majadahonda. La intención de la trama era presentarse a las elecciones municipales de 2007 con dos objetivos: o bien ganar las elecciones o bien convertirse en un partido bisagra, clave para la victoria de otro partido. Los sueños de Correa se quedaron en eso, sueños. Sólo consiguió 183 votos.

Parece que no tenemos otro remedio que rendirnos ante el lugar común, y apuntar una vez más que la realidad supera a la ficción: quien dude sobre la existencia de la nota, puede leerla directamente en este vínculo. Ya lo decía yo en la entrada del día de ayer: donde se encuentre un buen libro...


* Para quienes no estén iniciados en los detalles escabrosos de la vida pública española, parece pertinente precisar que Caso Gürtel es el nombre con el que se conoce a cierta investigación instruida por el celebérrimo juez de la Audiencia Nacional de España, Baltasar Garzón, hacia febrero de 2009. La finalidad perseguida por las pesquisas judiciales agrupadas bajo la denominación Gürtel consiste en desentrañar una red de corrupción presuntamente encabezada por el empresario Francisco Correa y vinculada al Partido Popular.

domingo, 9 de mayo de 2010

Donde se encuente un buen libro...

Puesto a escudriñar los horizontes culturales construidos a partir de los avances tecnológicos, me he encontrado en YouTube un vídeo que me ha llamado poderosamente la atención. Lo comparto con los tres lectores y/o lectoras de este blog, con la esperanza de que lo encuentren tan provocador como me lo pareció cuando lo vi por vez primera:



Tal como lo expresara el filósofo y lingüista estadounidense Walter J. Ong (1912-2003): el descubrimiento de la escritura involucró una radical revolución tecnológica (Orality and Literacy: The Technologizing of the Word, 2ª ed., Routledge, Nueva York, 2002). La escritura ciertamente puede calificarse en tales términos porque requiere un empleo habilidoso de ciertas herramientas (tinta, pinceles o plumas, entre otras) sobre superficies cuidadosamente preparadas (por ejemplo, tablillas de arcilla o madera, pieles o papel). Las palabras, sin escritura, carecen de presencia visual: mueren en el momento en que son pronunciadas. La escritura, por el contrario, les proyecta más allá del presente efímero: asegura su perdurabilidad, su potencial para volver a vivir dentro de un número ilimitado de contextos (tantos como lectores han existido, ahora y siempre). Ya no nos asombran los libros, cuando en realidad son probablemente uno de los mayores avances tecnológicos de la humanidad: la condición que ha permitido la transformación y evolución de los paradigmas históricos en que se expresan los distintos saberes humanos.

Jorge Luis Borges imaginaba el paraíso como una especie de biblioteca. El pintor Carl Spitzweg (1808-1885) probablemente encontraría risible semejante pretensión, como podemos apreciar en su cuadro titulado Der Bücherworm (que podemos traducir literalmente como "El Gusano de Biblioteca", aunque en castellano la expresión pertinente al caso sería ratón de biblioteca, referida a una persona que devora los libros): el consumo excesivo de la palabra impresa, parece decirnos Spitzweg, nos coloca en una precaria y negligente situación, enfrascándonos en una esfera alejada de la realidad. No obstante, en este distanciamiento de la realidad (e imagino que incluso cualquier hipotético gramatólogo que se cruce con estas líneas estará de acuerdo conmigo en este tema) radica el milagro de los libros, que permiten propalar  el saber y la belleza a pesar de la ausencia del autor. Detrás de los proverbios, los axiomas y la especulación filosófica que han llegado hasta nosotros (y que se continúan construyendo a diario, y que sin duda llegarán más allá de nosotros) se encuentra la experiencia humana pasada, diseminada a lo largo de los siglos e inmersa en una trama narrativa transmitida, por medio de los libros, de generación en generación. Frente al socarrón pincel de Spitzweg me quedo, entonces, con Borges, y concluyo con sus amorosas palabras sobre la palabra escrita e impresa: «De todos los instrumentos del hombre, el más asombroso es, sin duda, el libro. Los demás son extensiones de su cuerpo. El microscopio, el telescopio, son extensiones de su vista; el teléfono es extensión de la voz; luego tenemos el arado y la espada, extensiones del brazo. Pero el libro es otra cosa: el libro es una extensión de la memoria y la imaginación».

viernes, 7 de mayo de 2010

La(s) Flaqueza(s) de la(s) Máquina(s)

Tantos días de ausencia bloguera tienen una explicación a la orden de los tiempos que corren: absolutamente invadido por el virus Sasser pese a la probada eficacia (¿?) del antivirus McAfee, mi ordenador estuvo en huelga por espacio de dos semanas. Cuenta la leyenda que el gusano (me encantan las evocaciones mafiosas que despierta esta expresión) en cuestión fue creado por Sven Jaschan, avispado estudioso alemán de las herméticas disciplinas informáticas que, al momento de procrear este prodigio de la mala voluntad, no había cumplido aún los dieciocho años. Las horas de sudores fríos y tortuosas contracciones intestinales que padecí a raíz del hecho de que el mentado gusano me impidiese, en principio, hacer un respaldo de mis datos (un apurado trance que, laus Deo, pudo solventarse felizmente) me han incentivado, por un lado, a formular un comentario aderezado con folclore español y, por otro, a pensar en el primero de los relatos distópicos. Comienzo por el comentario: ¡la madre que le parió! (me refiero, por supuesto, al gusano Sasser, toda vez que la progenitora del joven Jaschan nunca se ha metido conmigo y merece todos mis respetos).

Una vez que me he desahogado de esta guisa, me encuentro suficientemente relajado como para tratar la distopía, que es un tema infinitamente más interesante que los desaguisados de mi ordenador (¡cuánta razón tenía John Hiler, el editor de Microcontent News, cuando afirmó que «algo hay en el formato mismo de los blogs que estimula un desarrollo casi canceroso de nuestro ego»!). En términos muy generales, la distopía puede definirse como aquel género narrativo cuya nota distintiva radica en la descripción detallada de un estado social extremadamente protervo dado el terror, la escasez o la opresión que en él imperan. Ahora bien, la sola proyección de una sociedad radicalmente injusta no basta para constituir una distopía: es preciso, además, que ésta sea abordada desde la perspectiva del representante de una clase social o facción política descontenta, cuyo sistema de valores define ideales de justicia opuestos a los imperantes en el escenario donde se sitúa la narración. Los ejemplos más conocidos del género pueden aportarnos claridad al respecto: en Brave New World (1932), de Aldous Huxley, el protagonista alienado típicamente distópico es John el Salvaje; en Nineteen Eighty-Four (1949), de George Orwell, Winston Smith desempeña esta función.

El primer relato distópico en sentido estricto fue publicado en el año de 1909. Se trata de un cuento de E(dward). M(organ). Forster titulado The Machine Stops (incluido en la antología titulada Collected Short Stories, Londres, Penguin, 1954, pp. 109-146.).  Forster describe un mundo en el que los individuos viven bajo tierra (la superficie se ha vuelto supuestamente inhabitable), recluidos en minúsculas estancias hexagonales que rara vez abandonan. Estos habitáculos, aislados entre sí, están equipados con todas las comodidades: electricidad, agua potable, calefacción, alimentos y un sistema de comunicación que permite a sus ocupantes escuchar música, leer,  sostener animadas conversaciones con otras personas en una pantalla, dictar conferencias y asistir a las impartidas por otros sin moverse apenas. Por supuesto, estos detalles pueden resultar sosos para un lector contemporáneo, acostumbrado a Internet. Cabe destacar, sin embargo, que la maravilla del relato de Forster reside precisamente en que anticipó la forma en que vivimos actualmente desde la primera década del siglo XX.

Una Máquina -calificada por Forster como un «Leviatán endurecido» proyectado para superar nuestra precariedad frente a «el día y la noche, el viento y la tormenta, la marea y el terremoto»- controla y administra los servicios provistos por tales celdas habitacionales. Originalmente creada para servir al ser humano, la Máquina ha desarrollado la capacidad para obrar al margen de los deseos de quienes le crearon. Peor aún, la humanidad, disminuida física y mentalmente, es incapaz de subsistir fuera de un entorno mecánicamente regulado. La mayoría se encuentra satisfecha con esta situación. De ello da testimonio Vashti, mujer transformada en un «bulto de carne» envuelto en tela cuyo rostro es «blanco como el moho», para quien resulta imperativo evitar cualquier comentario crítico contra la Máquina.

Frente al conformismo de Vashti se erige la disidencia de Kuno, su hijo. Kuno desea ver las estrellas desde la superficie terrestre. Abandona por unas horas el ambiente artificial en que habitan sus congéneres y descubre que, contra lo que proclama el mito, algunos seres humanos han subsistido fuera de la Máquina. Al ser descubierto, Kuno es arrastrado de nueva cuenta a las entrañas del mecanismo, pero su hallazgo le lleva a adquirir una nueva conciencia. «Nosotros creamos la Máquina para obrar según nuestro arbitrio», advierte a Vashti, «pero ahora no podemos obligarla a seguirlo. Nos ha robado nuestro sentido del espacio y nuestro sentido del tacto, ha manchado toda relación humana y ha restringido el amor a un acto carnal, ha paralizado nuestros cuerpos y nuestras voluntades, y ahora nos compele a adorarla. La Máquina se desarrolla –pero no según nuestros lineamientos. La Máquina avanza –pero no hacia nuestra meta».

Mientras que Vashti se niega a escuchar a Kuno, la Máquina presta profunda atención al desarrollo de sus ideas subversivas y opta por intentar prevenir que se repita el episodio. Durante los años siguientes a aquella ínfima fuga, impide cualquier ulterior exploración que permita adquirir un conocimiento de primera mano. Ansiosa por preservar la subordinación de todo hombre y toda mujer, fracciona y burocratiza incesantemente cualquier manifestación del saber humano. Con este objeto, se hace servir «con creciente eficiencia y decreciente inteligencia» hasta que no queda nadie en el mundo capaz de comprender «el monstruo como un todo».

Finalmente, sobreviene el desastre: la progresiva centralización lleva a la Máquina a fallar y, después, a detenerse totalmente cuando ya nadie puede repararla. A pesar de ello, la humanidad prevalece. Vashti y Kuno se reúnen en el caos provocado por el colapso. Con su último aliento, el otrora sedicioso Kuno profetiza que los exiliados por la Máquina, ocultos entre la niebla y los helechos, habrán de ocupar el vacío dejado por su civilización agonizante. La voz del narrador sustituye entonces a Kuno, y desde otro lugar –quizás el futuro en que la Máquina es un recuerdo remoto- manifiesta al lector que, antes de unirse a «las naciones de los muertos», Kuno y Vashti consiguieron admirar algunos «retazos del cielo inmaculado» (scraps of the untainted sky).

Si yo hubiese prestado verdadera atención a Forster, hubiese sido capaz de prever que las máquinas (incluido el leal ordenador desde el que escribo estas líneas) flaquean con mayor frecuencia y en más circunstancias que las que estamos dispuestos a reconocer. Este defecto consustancial a la tecnología no se arregla con un respaldo adecuado de los datos o un antivirus de última generación, sino que requiere una generosa dosis de humildad cultural y calidez humana. Sin llegar al extremo retrógrado de proponer arrojar las máquinas a la hoguera (son ciertamente muy útiles y, en ocasiones, entretenidas), aventuro una conclusión paradójica, habida cuenta que la apunto en un blog: quizás necesitemos menos pantallas, y más risas y apretones (de manos y otras partes del cuerpo) en persona.  


Posdata


Quien no haya leído este maravilloso cuento de Forster (cuya influencia narrartiva ha llegado hasta nuestros días, como se hace patente, por citar sólo un caso, en el relativamente reciente filme de animación por ordenador WALL-E) puede acceder a él (en inglés) mediante este vínculo. Hasta donde yo tengo noticia, no existe traducción castellana. Las razones de semejante omisión me resultan absolutamente oscuras: las buenas historias no sólo merecen ser contadas una y otra vez, sino que caben en todos los idiomas. ¿Cómo justificar que los lectores hispanoparlantes se hayan perdido esta joya durante más de un siglo?