lunes, 29 de abril de 2013

Casi dos años después


 

Heme aquí, prácticamente dos años después, volviendo a las andadas. Creo que, tras tan prolongada ausencia, lo mejor para refrescar la memoria será recordar el sentido y alcance del término utopística, que estructura e informa cuanto se escribe en esta bitácora. La utopística, según Immanuel Wallerstein (quien acuñó el término en su obra titulada Utopistics: Or Historical Choices of the Twewnty-First Century), consiste en «la evaluación seria de las alternativas históricas, el ejercicio de nuestro juicio en cuanto a la racionalidad material de los posibles sistemas históricos alternativos». Dicho en otras palabras, la utopística persigue «la evaluación sobria, racional y realista de los sistemas sociales humanos y sus limitaciones, así como de los ámbitos [de la realidad] abiertos a la creatividad humana». La utopística, consecuentemente, no trata de desvelar  «el rostro de un futuro perfecto (e inevitable), sino el de un futuro alternativo, realmente mejor y plausible (pero incierto) desde el punto de vista histórico».
 
En realidad (como lo expresé en la entrada inaugural de este blog), aquello de reconocerse utopístico, en el fondo, no es sino permanecer fiel al espíritu de los viejos utopistas que, al transitar por los paradójicos senderos de la esperanza, siempre han teñido sus proyectos de un mundo mejor con sendas dosis de realismo y -así lo hacen los más sagaces, desde mi punto de vista- un lúcido pesimismo militante. No hay utopía posible en la medida en que seamos incapaces de reconocer que este mundo está lejos de ser medianamente bueno y tolerable. De modo que, quienes se acerquen a estas páginas, ya saben a qué se atienen. Llámenme (de nueva cuenta) utopístico.
 
PD. Para los lectores de habla castellana, la traducción de la obra de Immanuel Wallerstein previamente mencionada puede consultarse en el sitio web del Instituto Provincial de la Vivienda de Mendoza, Argentina. Por qué se interesa dicha institución en difundir textos filosóficos, no me lo pregunten (aunque, desde mi desconcierto, aplaudo la decisión). Y luego vienen los (supuestos) realistas a negar que la realidad es más extraña que la ficción.
 
 
 
 

 
 

 
 
 

 
 

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