viernes, 3 de mayo de 2013

La (Ir)responsabilidad Matemática del Oráculo Económico

 
La historia que voy a contarles comenzó en el año 2009, cuando Carmen Reinhart y Kenneth Roggof publicaron un celebrado libro que lleva por título This Time is Different: Eight Centuries of Financial Folly. Reinhart y Roggof definen en esta obra el síndrome de «esta es vez es distinto» que suele preceder a las crisis financieras.  Dicho síndrome está referido a la creencia equivocada de que cierta combinación de factores deja sin efecto las leyes de la inversión.  Quienes se dejan arrastrar por el síndrome de «esta es vez es distinto», apuntan Reinhart y Roggof, perciben las crisis financieras como algo que les sucede a otros, en otros países, en otras épocas... pero que no puede ocurrir aquí y ahora.
 
La publicación del libro fue extremadamente oportuna (recordemos que el detonante de la crisis que padecemos hoy en día, la quiebra de Lehman Brothers, tuvo lugar el 15 de septiembre de 2008), de modo que el prestigio de Reinhart y Roggof como expertos en materia de crisis resultó considerablemente fortalecido. Así, a principios de 2010, Reinhart y Roggof difundieron un artículo titulado «Growth in a Time of Debt» que pretendía identificar un umbral crítico para la deuda pública. Una vez que la deuda supera el 90% del producto interior bruto, afirmaban, el crecimiento económico cae en picado. 
 
El artículo se publicó justo después de que Grecia entrase en crisis, de modo que adquirió fama inmediatamente y se convirtió en la biblia de los defensores de los programas de austeridad y los recortes presupuestarios. La tesis de Reinhart y Roggof, que desde una perspectiva científica no es sino una mera hipótesis que debía ser contrastada con otras, adquirió el carácter de un hecho incontrovertible hasta que un estudiante de la Universidad de Massachusetts llamado Thomas Herndon, con el apoyo de dos profesores suyos -Michael Ash y Robert Pollin- analizó la hoja de cálculo utilizada originalmente por Reinhart y Roggof y descubrió  que, además de omitir algunos datos, habían cometido un error de codificación en Excel. Herndon hizo público su descubrimiento, tras lo cual Reinhart y Roggof se vieron orillados a admitir el error que habían cometido, aunque insistieron en defender las conclusiones a las que llegaron en el polémico artículo.
 
En realidad, lo que digan Reinhart y Roggof a toro pasado para justificar la vergonzosa pifia que Hendron exhibió en su trabajo académico es irrelevante. No lo es, en cambio, que su opinión haya sido canonizada por múltiples actores políticos como coartada para desatender las necesidades de quienes son más vulnerables en el propio contexto de la crisis: los desempleados, los enfermos, los jubilados. La semana pasada, Paul Krugmann irónicamente designó la crisis actual como «la depresión del Excel» debido al tragicómico giro que le ha impreso el rol que Reinhart y Roggof jugaron en ella. Creo que este nombre es muy afortunado, y confieso que me gustaría que sobreviviera a la marea diaria de información para que permanezca como señuelo para alertar la memoria respecto a los peligros de convertir a simples y mortales economistas en oráculos por cuyo conducto se manifiesta la voz divina.
 
Mientras nos alcanza ese futuro soñado en que aquellas opiniones de los economistas que agradan a los políticos en turno serán científicamente contrastadas, me gustaría dejar en el tintero, a modo de despedida, tres preguntas: ¿A quién exigimos ahora la responsabilidad por el desastre social y económico que causó un error matemático en Excel? ¿Cómo compensar las vidas destrozadas por un artículo académico amañado y erróneo? ¿Alguien tendrá la decencia de dar un paso adelante y, cuando menos, pedir disculpas por lo ocurrido? Desde ahora, ya podemos adelantar unas respuestas tentativas: nadie se hará responsable, el daño causado es irreparable, y no escucharemos disculpa alguna.

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