lunes, 11 de julio de 2011

El Teatro del Mundo: Estampas de Ottawa I (La Guerra es la Paz)

En la explanada mediante la cual se accede al Musée des Beaux Arts du Canada (en inglés, National Gallery of Canada) se erige una de las copias fundidas en bronce de Maman, la célebre escultura de Louise Bourgeois que representa una araña de diez metros de altura que porta en su vientre veintiséis huevecillos de mármol.  "Maman" es la voz coloquial utilizada para designar a la madre en francés: el equivalente a nuestra castellana "mamá". En su momento, Bourgeois declaró que Maman (cuyo original en acero inoxidable pertenece al Tate Modern, en Londres) es un homenaje a su  propia madre, quien dirigía el taller del negocio familiar, consistente en la reparación  de tapices. Las relaciones materno-filiales siguen senderos insospechados, de modo que no debe sorprendernos que la apología de la madre revista también la forma de un arácnido gigante. Bourgeois afirmaba que las arañas  son presencias astutas, protectoras y amigables -cualidades todas que apreciaba en su madre- en cuanto nos guardan del daño y la enfermedad acarreados por los mosquitos y otras alimañas. Confieso que, en lo personal, profeso una simpatía similar por las arañas. No obstante, reconozco que también entrañan el peligro de una técnica depredadora calculada, paciente y cruel (¿a quién le gustaría estar atrapado en una telaraña?). Las descomunales proporciones de Maman proyectan por tanto una imagen ambigua de la maternidad, tal como se advierte en la placa que el museo ha colocado en su puerta de entrada:

 
«Maman, the giant egg-carrying spider, is a nurturing and protective symbol of fertility and motherhood, shelter and the home. With its monumental and terrifying scale, however, Maman also betrays this maternal trust to incite a mixture of fear and curiosity»

Aunque se me acuse de incurrir en un poco elegante didacticismo, va (por amor al castellano) una traducción aproximada y presurosa de la susodicha inscripción: «Maman, la gigantesca araña portadora de huevos, es un símbolo nutricio y protector de la fertilidad y la maternidad, el refugio y el hogar. Sin embargo, dada su monumental y terrorífica escala, Maman también traiciona esta confianza maternal e inspira una mezcla de miedo y curiosidad». Maman, en suma, es bella, poderosa... y también oscura, terriblemente amenazante.

Antes de mi visita a Ottawa, ya había tenido la oportunidad de admirar a Maman tanto en Londres como en Bilbao (en las inmediaciones del Museo Guggenheim). Sin embargo, sólo en Ottawa Maman ha sido emplazada como vecina del National Peacekeeping Monument (Monument au Maintien de la Paix) -significativamente titulado Reconciliation-, que pretende honrar a los canadienses que han perdido la vida al servicio de las Fuerzas de Paz de Naciones Unidas. El monumento, diseñado por Jack K. Harman, Richard G. Henriquez y Cornelia Hahn Oberlander, fue inaugurado en 1992. Su fuerza dramática es considerable: en primer plano, asistimos a la representación de tres soldados (dos hombres y una mujer) que, entre unos "escombros" constituidos por enormes bloques de hormigón dispuestos aleatoriamente (símbolo de la guerra) miran hacia un grupo de jóvenes árboles (símbolo de la paz). Una placa verbaliza el mudo enunciado que orgullosamente articulan  los tres militares (que nadie acuse a las autoridades canadienses de ser tan poco previsoras como para permitir equívocos semióticos):


«Members of Canada's Armed Forces, represented by three figures, stand at the meeting place of two walls of destruction. Vigilant, impartial, they oversee the reconciliation of those in conflict. Behind them lies the debris of war. Ahead lies the promise of peace; a grove, symbol of life»

Va de nuevo la traducción, tan apresurada como la anterior: «Miembros de las fuerzas armadas canadienses, representados mediante tres figuras, se yerguen en el punto de encuentro entre dos muros de destrucción. Vigilantes e imparciales, supervisan (¡sic!) la reconciliación entre aquéllos que se encuentran en conflicto. Detrás de ellos yacen los escombros de la guerra. Frente a ellos se alza la promesa de la paz: una arboleda, símbolo de la vida». La vieja historia esculturalmente teatralizada: como cabría esperar de un buen padre de familia, Occidente procura con iguales dosis de sabiduría y justicia la salvación de los bárbaros empeñados en empobrecerse y desangrarse en absurdas batallitas. No obstante, visto desde Maman, el National Peacekeeping Monument ofrece lecturas asaz distintas de la exaltación heroica de las guerras libradas por las potencias occidentales para la -así llamada- salvaguarda de la paz y los derechos humanos a las que nos hemos acostumbrado a lo largo de las últimas décadas...




En una singular manifestación de autocrítica involuntaria, la intersección de la Mackenzie Avenue y Sussex Drive en Ottawa nos advierte que, en la medida en que confiemos la seguridad de la paz a la guerra, las intervenciones "humanitarias" abrazarán a los dolientes y los oprimidos con la ambigua ferocidad de Maman, cuya ternura no distingue entre proteger y devorar. Asimismo, la estampa combinada de Maman y el National Peacekeeping Monument nos indica hasta qué punto vivimos en un mundo distópico: bástenos recordar que uno de los tres lemas que George Orwell atribuye al escalofriante poder totalitario que describe en Nineteen-Eighty-Four (novela publicada en 1948) es, precisamente, "la guerra es la paz". El futuro ficticio predicho por Orwell se ha hecho realidad y nos ha alcanzado. Creo francamente que no está lejos el día en que veremos erigirse orgullosamente en la capital de las potencias que determinan nuestros destinos bajo el vigente sistema-mundo sendos monumentos que, con la eternidad de la piedra, proclamarán por igual que "la libertad es la esclavitud" y que "la ignorancia es la fuerza".

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