martes, 19 de julio de 2011

Tantas Preguntas, Tan Pocas Respuestas

Algunos minutos atrás, dejé por un momento la traducción en que he invertido mi tiempo esta tarde y, para despejar mi mente por un momento del trabajo, he repasado los titulares de la prensa en las páginas web de diversos medios españoles y canadienses. Aunque sin duda heriré alguna susceptibilidad nacionalista, confieso que los periódicos mexicanos únicamente los miro una vez a la semana: primero, porque hasta donde alcanza mi memoria, el recuento del diario acontecer realizado desde los medios mexicanos suele prestar nula atención a cuanto sucede en el resto del mundo (en nahuátl, la voz México significa "ombligo de la luna", y ciertamente pocos países viven tan absortos en la contemplación de su ombligo, como aquel que me vio nacer); y segundo, porque los titulares mexicanos se han transformado a lo largo de los últimos años en un recuento de ejecuciones, asesinatos, violaciones y torturas sobre el que poco puede comentarse, salvo insistir en la patente imbecilidad de atacar el consumo de drogas como una cuestión de seguridad pública en vez de evaluarlo como un problema de salud, algo que ya he discutido en este blog, por ejemplo, cuando comenté las opiniones de Joaquín Sabina y Vicente Fox en torno a la estrategia seguida por la presente administración mexicana respecto al consumo de narcóticos, o cuando contrasté el posicionamiento del gobierno de Barak Obama con el de aquel presidido por Felipe Calderón con relación al mismo problema.

En fin: esa es harina de otro costal, y ahora mismo no me apetece revolcarme de nuevo en esos barrizales. De modo que, volviendo a mi (frustrado) momento de solaz durante la jornada laboral, reconozco que leer la prensa con miras a relajarse es una soberana estupidez. Ignoro qué tenía en la cabeza cuando la idea me cruzó por la mente. Es imposible tranquilizarse cuando, al margen de otros horrores bélicos, ecológicos y sociales, uno se entera que, por un lado, la crisis fiscal del euro continúa acentúandose (con España e Italia en el punto de mira de los especuladores) y, por otro, la situación en la otra orilla del Atlántico no es mejor en vista de las dificultades a las que se ha enfrentado Obama para conseguir que ciertos recalcitrantes miembros del Partido Republicano autoricen a su administración un incremento en sus límites de endeudamiento con miras a satisfacer sus necesidades inmediatas de liquidez.

Uno lee los titulares sobre la crisis y reconoce que ha sido lo suficientemente afortunado como para sobrellevarla con la seguridad de un empleo, techo y tres comidas diarias, pero al mismo tiempo vislumbra el barrunto de una espantosa tormenta que amenaza con hacer naufragar estas frágiles y aparentemente sencillas certezas, injusta y sistemáticamente negadas a millones de personas. El hecho de que, por el momento, la fortuna nos sea favorable no implica que el sistema capitalista de producción sea justo y, precisamente por ello, no nos exime de resultar  a la postre triturados entre los inclementes engranajes que lo mantienen funcionando. Y entonces, cuando estas ideas comienzan a calar en la conciencia, ante la desagradable sensación de que nuestra vida ya no depende realmente de nosotros que parece asentarse en las entrañas una multitud de preguntas taladra nuestras sienes.

¿Qué ceguera ha hecho presa de nuestro entendimiento para hacernos ver con naturalidad la absurda distopía en la que estamos inmersos? ¿En qué momento hipotecamos nuestro futuro en aras del culto hermético de la numerología? ¿Cómo fue que permitimos que unos oscuros sacerdotes, ocultos entre las sombras de sus inaccesibles templos, invoquen la prima de riesgo o el precio del barril del West Texas Intermediate (o del Brent o del Dubai, según la preferencia y/o el posicionamiento geográfico de los estimados lectores) para determinar quiénes serán inmolados en el altar de los sanguinarios dioses de los mercados? ¿Cuándo consentimos nuestro enclaustramiento en la esclavitud de la deuda y el consumo? ¿Quién ha sido el habilísimo charlatán que nos convenció de que trabajar más tiempo y con mayor entrega por menos dinero y con menos derechos constituye un arreglo justo en el mejor de los mundos posibles? ¿Cuándo comenzó la seducción de las pantallas -ahora con tecnología LED y hasta en tercera dimensión- que nos mantiene pasmados con las miserias y los ligues de artistillas y deportistas variopintos, mientras otros disponen de nuestro presente y porvenir? ¿Dónde están los héroes y las heroínas que precisa ahora mismo nuestra historia para enarbolar los antiguos poderes de la libertad, la igualdad y la fraternidad contra la infamia que nos oprime? En suma, ¿qué carajos estamos esperando para salvar nuestras vidas del abismo, antes de que sea demasiado tarde?

Tantas preguntas, tan pocas respuestas.

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