jueves, 20 de octubre de 2011

El Peor de los Meheecans

El pasado 12 de octubre se transmitió el noveno episodio de la decimoquinta temporada de la serie animada South Park, titulado "The Last of the Meheecans" (pronúnciese me-ji-cans). El relato en cuestión es una delicia humorística que enfila sus baterías contra la hipócrita política migratoria de los Estados Unidos. Quienes se encuentren en dicho país pueden disfrutarlo en línea en la página web de la aludida serie televisiva. El resto del mundo puede igualmente acceder al episodio en cuestión mediante una rápida visita al blog Latin South Park.

En México,  la prensa se ha volcado en comentar la   aparición (obviamente, caricaturizada) del presidente Felipe Calderón en la serie. Entre otros medios, los diarios Milenio y El Universal, así como el blog Animal Político han publicado alguna nota al respecto. No obstante, pese a que me causa pesar contrariar a tantos y tan diversos comunicadores, desde mi punto de vista la constitución de Calderón en personaje de South Park es meramente anecdótica. En cambio, además de la aludida crítica al discurso estadounidense sobre la migración latinoamericana (que conste que no me refiero sólo a la mexicana), me pareció especialmente relevante la supuesta sorpresa que expresan los caricaturescos telediarios de South Park ante la manifestación del "orgullo mexicano".

Evidentemente, Trey Parker -guionista y director de "The Last of the Meheecans"- pretende corroer con su ácido e irreverente humor el eterno provincialismo de los Estados Unidos, capaz de reconocer las salsas mexicanas pero ciego ante el vehemente nacionalismo de sus vecinos del sur, ocupados como están los gringos en la autocomplacencia que constituye la llamada land of the brave en el mismísimo paraíso terrenal. Y ya que hemos tocado el tema de los nacionalismos absurdos, justamente unos días atrás tuve noticia de un vídeo en el que, desde la tribuna universal de YouTube, un empresario mexicano-japonés escarba sobre uno de los más viejos tópicos del nacionalismo del país que me vio nacer: México, se dice, es una nación grande y los mexicanos lo son aún más, pero necesitan esforzarse en ser como los japoneses para alcanzar el destino que les ha sido prometido. Imagino que los lectores que no sean mexicanos -y alguno que otro de mis compatriotas- encontrará este aserto tan absurdo que sin duda pensará que estoy bromeando. Por desgracia, no es así. Tanto yo como el empresario mexicano-japonés hablamos absolutamente en serio. A las pruebas me remito.




Tras escuchar este apasionado discurso, me embargó una perplejidad inenarrable. Los deseos de reír y llorar me asaltaban alternativamente y en idéntica medida. Por una parte, reconozco que este empresario tan amante de México cuando menos ha podido vislumbrar que la arrogancia de las oligarquías ha convertido al país en un polvorín. Hay una implacable sensatez en su llamado: "Amigos oligarcas, si queremos seguir disfrutando de nuestros privilegios, tenemos que resignarnos a cagar en los mismos baños que nuestros trabajadores y, mejor aún, a velar porque siempre estén limpios". No obstante, para la desgracia de nuestro nacionalista orador, puedo prever que sus colegas oligarcas no prestarán la menor atención a sus palabras. Harán circular el vídeo por correo electrónico y lo difundirán en sus respectivos perfiles en Facebook, pero conservarán sus perfumados y excluyentes cuartos de baño (esperando, eso sí, que sean otros oligarcas quienes pongan en práctica el consejo).

Admito, entonces, cierta sensibilidad pragmática en este hijo de México. Sin embargo, por otra parte me he preguntado cuáles son los alcances del principio en el que, según nuestro mexicanísimo emprendedor, está fundada la honestidad del pueblo japonés: "si no es tuyo, entonces es de alguien". A esta regla de oro habremos de sumar la exigencia que formula para trascender "lo ordinario", aquello que (con cierto asquito) identifica con la jornada laboral de ocho horas: "dar el extra" que hace asequible lo extra-ordinario supone, desde su punto de vista, "ponerse la camiseta" (de la empresa, por supuesto). Claro que el razonamiento que subyace al discurso omite las preguntas marginales, esas que quedan en el silencio de lo implícito: ¿cuál es el origen de la propiedad que presuntamente reclama nuestro respeto sacramental? ¿merecen idéntica consideración los bienes públicos que benefician a todos los ciudadanos (como los paraguas del ejemplo con el que inicia la homilía) que la propiedad acumulada, digamos, mediante la especulación financiera? ¿Qué significa "ponerse la camiseta" de una empresa? ¿La empresa que exige "el extra", superar la jornada de ocho horas (concreción práctica de las "gotitas de estudio y trabajo" que tan tiernamente se reclaman) para convertir a México en la potencia mundial que supuestamente puede llegar a ser, será igualmente solidaria cuando sus trabajadores estén enfermos o hayan envejecido? ¿Serán las empresas quienes velen por las familias de sus trabajadores mientras éstos revientan y dejan la vida en pos de la presunta grandeza de México? ¿Se satisfacen las exigencias de la igualdad con la proporción de siete a uno en el reparto de la riqueza producida que propone este honesto empresario? ¿Acaso en esa proporción de siete a uno no van implícitas las ganancias que, según se nos dice, los empresarios japoneses no perciben en los primeros veinte años de operación de sus negocios? (admito también que estas dos últimas  interrogantes deben tomarse con una pizca de sal... lo cierto es que moderar  los rendimientos del capital es un consejo  sensato para la oligarquía mexicana, lo mismo que la exhortación a comenzar la jornada antes que los trabajadores y a concluirla después que ellos... pero, dada su  inherente prudencia, supongo  que uno y otra serán  olímpicamente ignorados). 

El cuento con el que concluye el discurso me parece particularmente perverso. ¡Qué noble y gentil gorrioncillo! ¡Qué cabrón y malvado elefante! Venga, meheecans: sacrifiquen su vida "por simple lealtad" a la maravillosa tierra que tan felices los ha hecho. Tierra de oportunidades: en el 2008, 18.2 millones de mexicanos vivían en condiciones de pobreza alimentaria. El Banco Mundial asegura que en América Latina se produjeron 8.3 millones de nuevos pobres producto de la crisis mundial del 2009; de éstos, la mitad corresponde a México. Esto significa que el número actual de mexicanos en condiciones de pobreza alimentaria podría ser, de acuerdo con esa información, de 22.3 millones. Tierra de cultura milenaria: el 94% de los municipios del país carece de librerías, y el índice de lectores de libros es uno de los más bajos de América Latina. Tierra de apasionado compromiso con las causas justas: según la Universidad Johns Hopkins, México tiene uno de los porcentajes más bajos del mundo de población activa ocupada en organizaciones civiles (0,04% en México; más del 2% en Perú y Colombia).

La muerte del gorrioncillo, dice el orador, habrá cobrado sentido en la medida en que al arriesgar su vida conmueva a Dios, quien en vista del abnegado sacrificio de la pequeña ave abrirá las compuertas de las mezquinas nubes y así apagará el incendio. Este final, empero, me parece poco probable. Yo seré el peor de los meheecans, pero no puedo evitar plantearme la hipótesis de que Dios no se conmueva y, consecuentemente, la esperada lluvia no sosiegue las llamas. También me imagino el final que Oscar Wilde hubiese dado al relato del empresario mexicano-japonés: el gorrión, a medio chamuscar, ciertamente concitaría la piedad de Dios. El fuego sería sofocado por una torrencial lluvia. Entonces volvería corriendo el elefante que, en la exaltación del retorno al feliz hogar que tanto le había permitido engordar, aplastaría al gorrioncillo, parcialmente sepultado en el lodo porque las llamas le habrían privado de las alas. Puesto que siempre es necesario que algún animalito se constituya en la víctima propiciatoria que asegure la divina compasión, el elefante inventaría un nuevo cuento: "Había una vez un bosque en el que llovió tanto, tanto (porque, según cuentan los más viejos entre los viejos, Dios intentaba apagar un incendio), que los ríos se desbordaron... todos los animales huyeron, pero un ratoncito tomó dos granitos de arena y, nadando contra la corriente, intentó oponer un dique a la furia de las aguas... pasó entonces un chacal, y le preguntó: '¿Ratoncito, no ves que te vas a ahogar? ¡Corre a las tierras altas, como hacemos todos los demás?' Y el ratoncito respondió: '¡No importa que me ahogue, porque este bosque me lo ha dado todo!'"... etcétera, etcétera. Ya  conocen ustedes el final. ¡Qué dulce, enternecedor ratoncito! ¡Qué hijo de puta es el chacal!

Pues yo, como Cyrano de Bergerac, diré al cuentista: Non, merci. Ni quiero ser gorrioncillo, ni me apetece convertirme en ratoncito. Lo dicho. Soy el peor de los meheecans.

PD. Curándome en salud, he de advertir a todos aquellos que ansían gustosamente correr la suerte del gorrioncillo y/o el ratoncito, que respeto sus apegos: sólo les ruego que no intenten persuadirme para que los comparta. A los elefantes y los chacales, les encargo que presenten mis más cordiales saludos a su progenitora. Al empresario mexicano-japonés, lo felicito. Me imagino que los trabajadores de su empresa disfrutarán de baños limpios y trabajarán jornadas de quince horas para mayor grandeza de la patria. Es usted un monstruo del capitalismo (interprete esto como elogio... o como lo prefiera).

2 comentarios:

  1. Me pregunta la dueña de mis sueños si yo soy un elefante o un chacal... Pues vaya predicamento. Ni uno ni otro. Soy el fantasma de uno de los animales quemados que ahora vaga lejos, muy lejos, en el perenne frío de un aire de cristal. Por eso les digo a los gorrioncillos y los ratoncitos por igual: desconfíen de los elefantes y los chacales que les exijan sacrificarse para salver el bosque. Piensen que probablemente sea necesario que ese preciso bosque se queme para que surja otro, donde todos trabajen por igual para apagar los incendios que eventualmente se presenten , y el sacrificio de los más débiles para supuestamente enternecer a la voluntad divina sea visto como el viejo cuento que los privilegiados contaban a los oprimidos para mantener, indemnes e incólumes, sus prerrogativas.

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  2. Hola Mago, hace mucho tiempo te contacté por primera vez al visitar tu blog, quedamos de encontrarnos pero no pude por asuntos de vieaje etc, lo cierto que hoy vuelvo a contactar contigo porque hemos (mi esposo y yo) abierto un espacio en Aranjuez donde quisiera que nos visitaras y a ver si finalmente nos conocemos, el sitio se llama Ateneo Café librería y está en la esquina Plaza de toros y calle capitán. Bien espero saber de ti, saludos Adriana

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