martes, 12 de julio de 2011

El Teatro del Mundo: Estampas de Ottawa II (Contra el Optimismo Tipo Coca-Cola)

Pese a que amo la utopía con toda mi alma, pocas cosas hay que me enfaden tanto como el optimismo hueco e imbécil. Me exasperan hasta la indignación las decenas de optimistas posmodernos que, tras saciar su sed de Absoluto en las aguas -encharcadas pero dulces- ya de ciertas versiones aligeradas del budismo, ya del misticismo judío (¡cómo si estas doctrinas no fuesen ostensiblemente pesimistas en sus fundamentos ontológicos y antropológicos, y por consiguiente tremendamente exigentes en sus postulados éticos!) o, simplemente, de un jipismo téñido en matices rosas, van por la vida predicando -como Pangloss, la caracterización paródica del filósofo Gottfried Wilhelm Leibniz en Candide, ou l'Optimisme, el célebre cuento satírico publicado por Voltaire en el año de 1759- que basta la buena vibra para que prevalezcan la bondad y la virtud en el mundo, puesto que «tout est au mieux» («todo sucede para bien») en tanto que habitamos en «le meilleur des mondes possibles» («el mejor de los mundos posibles»). A modo de muestra de los insultantes alcances de esta doctrina auténticamente corruptora de jóvenes, no tan jóvenes y viejos por igual, bástenos un breve vistazo a la publicidad con la que Coca Cola pretende adormecernos ante la innegable y perturbadora realidad de un horizonte convulsionado y progresivamente violento:



Ignoro qué tenían en la cabeza los publicistas de Coca Cola cuando perpetraron esta obscena bofetada contra nuestra inteligencia ¿En verdad pretenden que creamos que los ositos de peluche son capaces de frenar los tanques? ¿Nuestra economía saqueada por el capital financiero se reactivará a punta de entonar distintas versiones de What a Wonderful World? ¿La donación de sangre compensa los daños causados por la corrupción? ¿Los tapetes que dan la bienvenida a los visitantes de nuestros hogares derriban muros, o ablandan las frías voluntades de quienes los erigen? ¿Un millón de maternales pasteles de chocolate realmente constituyen un escudo contra los misiles? ¿Podemos utilizar el dinero del Monopoly para comprar las medicinas que curan a los enfermos, o los alimentos que añoran desesperadamente los hambrientos? ¿Cada vídeo cómico difundido en Internet neutraliza, por citar sólo un par de ejemplos, los pocos segundos que los telediarios dedican a las acciones bélicas o el escasamente atendido recuento que los científicos han hecho sobre la acelerada degradación de nuestro medio ambiente? ¿Quienes conscientemente optamos por tener un hijo, somos realmente garantes de la confianza en que el curso que sigue actualmente el mundo es esperanzador?

No, no, no, no, no, no, no y NO. Me he convertido en padre tres meses atrás, y me niego a ser coartada del perverso optimismo postulado por Coca Cola, cuyo artificio retórico básicamente consiste -para ilustrarlo mediante un ejemplo- en comparar naranjas con vacas y confiar en que el público aceptará que ambas son una y la misma cosa. Por mi parte, si conservo algún atisbo de esperanza en el futuro, sólo puedo vislumbrarla tal como Gustav Klimt la retratara en una controversial pintura -titulada, precisamente, Die Hoffnung: La Esperanza- elaborada hacia 1903 que, al día de hoy, forma parte de la colección permanente de la National Gallery of Canada (a la cual me referí en la entrada del día de ayer). Klimt nos muestra a una mujer desnuda y en avanzado estado de embarazo que, imperturbable, se yergue entre la muerte y numerosas figuras deformes y demoníacas. Pese a la maldad y el potencial daño que le rodean, la expresión y el gesto de la mujer denotan una profunda serenidad: es evidente que no teme a las hostiles criaturas que le rodean. Así quisiera marchar yo con Mariana (para quienes no lo sepan, tal es el nombre de mi hija) a cuestas mientras ella me necesite: consciente de que las cosas están muy mal y que todo parece indicar que empeorarán (y mucho) todavía, pero dotado de la fuerza interior necesaria para enfrentar con entereza la oscuridad que se cierne sobre nosotros. Klimt viste con lucidez la esperanza ahí donde Coca Cola la obnubila con el opio de la cursilería: el remedio contra el mal que nos acecha no son los juguetitos afelpados, las tonadillas pegajosas o las bebidas dulzonas preparadas con fórmulas dudosas; sino la valentía de reconocer que, a pesar de los pesares, nuestros amores confieren belleza a la vida aún frente a la más recalcitrante vileza. Por nuestros amores, ahora más que nunca, necesitamos hacer acopio de coraje para -como en su momento exigía Voltaire- aplastar la infamia dondequiera que ésta se alce.

La utopía sólo es posible en la medida en que reconozcamos, justamente, que no vivimos en el mejor de los mundos posibles, sino en uno transido de injusticia, enfermedad y dolor. La arrogancia de quienes se benefician del presente estado de cosas sólo es explicable porque confían en que, por muy infelices que seamos o muy desesperada que sea nuestra situación, somos incapaces de vislumbrar alternativas a la forma como vivimos actualmente. Quien, al igual que Pangloss, sostenga que este es el mejor de los mundos posibles, en realidad está empujando a nuestros hijos e hijas hacia el abismo por cuyo filo estamos obligados a hacer juegos malabares hoy en día. Así, cuando llegue el momento en que esto se caiga a pedazos, sin duda yo saldré tan descalabrado como los optimistas ... sólo confío en que, gracias al hecho de que procuro llevar los ojos bien abiertos, mi hija pueda salir relativamente indemne del colapso (aunque, tristemente, tampoco puedo ofrecerle garantía alguna de esto).

5 comentarios:

  1. Te dejo una versión alternativa de ese comercial con estadísticas locales.
    http://youtu.be/eejuGA8xwCc
    Un abrazo.

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  2. Hola Luix. Estoy de acuerdo con el misticismo judio pero... ¿el budismo es pesimista? Y luego me explicas como funciona el optimismo postmoderno porque no me quedó tan claro.

    Estoy de acuerdo contigo en que el enfoque de la campaña está fuera de lugar, pero siempre lo han hecho así. ¿Recuerdas en los años 70 la famosa canción de "Quisiera al mundo dar mi hogar, y llenarlo de amor...".

    Sobre los demás argumentos que manejas acerca de la situación del mundo, creo que al final nos va a remitir hacia la diferencia que tenemos en cuanto al lugar en donde puede originarse una solución al problema. Mientras tu la encuentras principalmente en la política, los gobiernos y la legislación, yo insisto en que debemos buscarla y fomentarla en el núcleo familiar.

    Esto lo afirmo porque coincido con las últimas corrientes epistemológicas que sostienen que nuestro sistema de creencias es el filtro de nuestra percepción del mundo. Y dichas creencias, así como la fe religiosa, se adquieren principalmente en casa. Así, si en tu sistema de creencias no existen los valores, serás incapaz de verlos por más que los tengas frente a ti, y mucho menos de defenderlos o promoverlos. Y no habrá ley lo suficientemente poderosa como para cambiar dicho sistema de creencias.

    Para mi los malos gobiernos, las políticas financieras, el neoliberalismo (no generalizar al capitalismo como tal por favor)son solo el fruto. Y mientras el árbol sea siempre el mismo, el fruto no cambiará. Por más que legislemos no lograremos obtener uvas del manzano. ¿o si?

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  3. Mi querido Chucho: gracias por el vínculo, me ha devuelto un poco de confianza en la supervivencia de la lucidez. Va un abrazo fuerte.

    En cuanto a tus objeciones sobre el budismo, Fernando, reconozco que quizás "pesimista" no sea el mejor adjetivo que describa sus contenidos doctrinarios, pero imagino que coincidirás conmigo en que el concepto de Saṃsāra -el círculo de sufrimiento que provoca nuestro deseo- difícilmente puede calificarse como positivo, y mucho menos resulta compatible con una visión "flower-power" de la vida. Saṃsāra es esencialmente negativo: una ilusión de la que sólo los iluminados, siguiendo las pautas señaladas en el óctuple sendero, pueden liberarse en cuanto han aprendido a dominar su tṛṣṇā (sed), esto es, el apego a lo placentero y la renuencia a lo que no es placentero. ¿A quién se le ocurrió identificar como fundamento del optimismo al uso una doctrina religiosa cuya primera sublime verdad define la realidad como el imperio de "dukkha", es decir, el dolor, la sufrimiento, el descontento y la perenne insatisfacción?

    Asimismo, he calificado al optimismo que se ha puesto de moda como "posmoderno" porque me parece que responde al horizonte cultural descrito en la obra de Gilles Lipovetsky (polvos de los lodos generados en las sociedades ricas, o entre los ricos de las sociedades pobres, a lo largo de las últimas décadas del siglo XX): hedonista, narcisista, y eminentemente frívolo. Hasta donde llega mi pobre percepción, las nuevas hordas de budistas, místicos judíos o jipis no parecen dispuestas a entrenar la voluntad para dominar el deseo, pasar largas horas en alguna yeshiva estudiando los textos sagrados o, sencillamente, dejarlo todo para criar cabras en el monte. En muchos de los que he tratado ni siquiera he percibido la intención de llevar a cabo una lectura seria, pongamos por caso, de los Sutras Mahāyāna o la Toráh: por el contrario, asisten a "seminarios" en los que algún gurú de la correspondiente doctrina les explica en forma "resumida" (obviamente, mediante el pago de una módica suma) la fórmula para ser feliz que presuntamente contiene la tradición religiosa elegida como pretexto para la estafa.

    Tú sostienes que el problema de nuestro tiempo es eminentemente formativo. En parte tienes razón: la educación -aunque no estoy seguro si es sensato situar esta responsabilidad primordialmente en las familias- es nuestro principal camino hacia la emancipación: el "sapere aude" kantiano con el que dejamos de temer al ejercicio de nuestra libertad. Sin embargo, la comunidad política -la de cada Estado en particular, lo mismo que la gran sociedad globalizada- también juega un papel importante en el desastre que se avecina. Me repugna que tantos y tantos hayan sido convencidos de que todo está bien y que, por consiguiente, si están jodidos es porque algo habrán hecho mal o, peor aún, porque son "pesimistas" y tienen pensamientos "negativos" que cuestionan el actual estado de cosas. Mientras tanto, los abusones de todo calado y calaña siguen campando a sus anchas, confiando en que siempre habrá alguna versión light del budismo, el judaísmo o la doctrina que se te ocurra que les asegure hasta el infinito la impunidad. Así está la cosa en el patio... chunga con ganas.

    PD. Ya puestos, atendiendo al sabio refrán que advierte que, si no puedes con algún rival, es mejor unírsele... ¿qué tal si resucitamos la herejía arriana?... si convertimos el arrianismo en un decálogo para la felicidad (no... diez mandamientos para asegurar la dicha eterna son demasiados en los tiempos que corren... dejémoslos en dos o tres), seguramente nos forramos en billetes... incluso nos favorecerá -en términos puramente mercadotécnicos, por supuesto- el morbo que suscitará la memoria de la proscripción medieval de los herejes por parte de la Iglesia...

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  4. Bajo esa óptica me parece que toda religión es pesimista en cuanto a este plano, ya que es pasajero, ilusorio, etc. Con base en lo anterior, el budismo light (imagino que te refieres también a corrientes tipo "El Secreto", "El poder de la intención", etc.) difícilmente podrían ser calificadas siquiera como algo cercano al budismo pues promueven la felicidad en este plano, como una especie de lámpara maravillosa que te cumple todo cuanto deseas.

    Comparto contigo la idea de que el mundo no está bien, pero la pregunta aquí sería si en algún periodo histórico ha estado realmente mejor. Pareciera como si fuera entrópicamente imposible alcanzar una distribución siquiera cercana a la justicia y la equidad debido a la naturaleza propia del ser humano. Despotismo, Socialismo, Capitalismo, Feudalismo... todas convergen en una desigualdad dentro de la cual la única solución pareciera ser la evasión, ya sea mediante la religión, alguna doctrina new age o alguna droga.

    Sin embargo la afirmación de que la visión del mundo de que todo está bien obedece a un acto voluntario y por lo tanto sujeto a ser considerado como negligente me parece demasiado dura de tu parte. Me parece que su percepción simplemente intenta filtrar una realidad que inconcebible para que sea congruente con un sistema de creencias que pareciera necesario para no perder la cordura. Enfrentar los horrores del mundo dejando fuera una esperanza, que nace de una mentira o marketing,no es algo que me parece puede exigirse a quien no tiene más que eso.

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  5. No, amigo: nada más lejos de mi intención que abolir la esperanza. Por el contrario, pretendo convocarla, pero para ello es preciso desnudar al frívolo e ineficaz "wishful thinking" que aniquila nuestra voluntad para actuar en pro de un cambio en el actual estado de cosas. La esperanza es frustrable por naturaleza, se sabe amenazada por mil y un peligros que la pueden hacer naufragar. En cambio, la certeza de que el mundo está bien tal como es aniquila la esperanza precisamente porque convierte en familiar lo que debería parecernos absurdo, la injusticia que deberíamos aborrecer.

    La evasión parece la mejor respuesta probablemente porque es el camino más fácil. El camino de la utopía, en cambio, es agotador porque jamás encuentra término. Despidámonos, por el momento, con aquella bella reflexión de Eduardo Galeano que hoy en día ha llegado a convertirse en lugar común, sin que realmente se haya dado una comprensión profunda de sus términos: "Ella está en el horizonte... Me acerco dos pasos y ella se aleja dos pasos. Camino diez pasos, y el horizonte se desplaza diez pasos más allá. A pesar de que camine, no la alcanzaré nunca. ¿Para qué sirve la utopía? Sirve para esto: para caminar."

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