lunes, 17 de mayo de 2010

El Odiado «Jefe» Diego

¿Dos entradas en un mismo día? Los acontecimientos recientes justifican esta prolijidad bloguera. El pasado viernes 14 de mayo, Diego Fernández de Cevallos Ramos (mejor conocido como El «Jefe» Diego) desapareció al llegar a «La Cabaña», un rancho de su propiedad situado en el municipio de Pedro Escobedo, en el estado mexicano de Querétaro. Los hechos fueron conocidos al encontrarse abandonada, dentro de la finca, la camioneta en la que viajaba Fernández de Cevallos. El vehículo fue hallado con la portezuela abierta, trazos de violencia e incluso huellas de sangre.

Abogado y político, Fernández de Cevallos es miembro del Partido Acción Nacional (PAN), bajo cuya bandera se ha desempeñado como diputado federal, senador de la República y candidato a la Presidencia de la República Mexicana en 1994. Prácticamente desde que tengo uso de razón, don Diego ha ocupado un sitio privilegiado en el debate público mexicano. Megalómano, elocuente y poco proclive a tolerar puntos de vista distintos del suyo (esto lo pude constatar personalmente, durante un concurso de oratoria celebrado en la Ciudad de México en el ahora lejano año de 1996), Fernández de Cevallos es un personaje que suscita adherencias instantáneas o antipatías irreconciliables. Aunque, para ser franco, yo ciertamente no me cuento entre sus admiradores, no he podido evitar que me recorriera un escalofrío al leer los comentarios a las notas periodísticas que dan cuenta de su desaparición. Transcribo algunos, para reproducir el ambiente generado por el sujeto en cuestión y su incierto destino.

En Reforma, por ejemplo, podemos leer (aclaro que, un par de horas atrás, encontré unos comentarios aún más folclóricos, pero por lo visto la redacción del periódico cuenta con un moderador que censura rápidamente cualquier exabrupto radical):



YOPI: OJALA SEA EL INICIO DE UNA ESCALADA CONTRA LOS CERDOS QUE NOS GOBIERNAN, GENTE COMO ESA QUE SE ROBAN LO QUE PERTENECE A LOS DEMAS.

José Manuel Rodríguez: Sólo se tiene una certeza: la sangre encontrada seguro que es de un marrano.

El Universal consigna linduras semejantes:


Vico: Un politicucho menos, gracias a Dios empiezan a extinguirse y que mejor que empezaron con uno de los peores, y si el señor esta muerto pues que pena por el infierno por que ya va pa'allá...

JP: Yo no canto victoria hasta ver el cadáver.

fjed73: BIEN POR LOS NARCOS O POR QUIEN HAYA LEVANTADO A DIEGUITO, UN PANISTA MENOS Y UN TRAMPOSO VENDEPATRIAS MENOS, FESTEJO A LOS AUTORES DE ESTA MUESTRA DE JUSTICIA, ESTO NOS DEMUESTRA Q PERRO Q LADRA NO MUERDE, ESPEREMOS QUE VICENTE Y FELIPE SE REUNAN CONTIGO PRONTO.

soysupadre: por fin en este país pusieron a alguien en su lugar¡¡¡... solo está cosechando una larga milpita de enemigos de todooos los niveles.


Así podríamos seguir, colmando páginas y páginas enteras con rabiosas invectivas y amargas maldiciones. ¿Vox populi, vox Dei? No sólo no me atrevería a afirmarlo sino que, por esta ocasión, quisiera distanciarme claramente del clamor popular  aunque, hasta cierto punto, comprendo la indignación acumulada contra Fernández de Cevallos. En la fragilidad de su situación actual, el «Jefe» Diego simboliza la caída de la clase política en la incertidumbre de la vida en México. Hoy como nunca, José Alfredo Jiménez ha cobrado una estremecedora actualidad: todo parece indicar que, en México, la vida no vale nada para todos por igual...
Imagino que quienes se regocijan con la misteriosa desaparición de Fernández de Cevallos piensan que, finalmente, la violencia ha igualado a todos los mexicanos, incluyendo a quienes se encuentran parapetados en la oligarquía. Entre los abusos de poder, la corrupción, el racismo y la miseria circundante, el secuestro del «Jefe» Diego puede parecer el principio de una justicia largamente postergada. Sin embargo, no es así: la verdadera justicia debe administrarse en los tribunales, bajo la estricta observación de los principios del debido proceso. Quien acepta lo contrario, renuncia a la razón moderna encarnada en las formas democráticas y el Estado de Derecho, para abrazar en cambio la primitiva solución de la venganza privada, bajo la cual irremediablemente impera la ley del más fuerte. Al repeler los cobardes dicterios lanzados contra Fernández de Cevallos, entonces, no pretendo excusar al oligarca, sino reivindicar las vías pacíficas del Derecho como instrumento para la solución de conflictos sociales: una responsabilidad que me interesa como ciudadano porque las diferencias políticas no deberían resolverse en cínicos regodeos sobre la desgracia del contrincante, sino en el debate razonado, libre y abierto.
El espacio público democrático exige un mínimo respeto hacia quienes no comparten nuestros puntos de vista sobre la política y la sociedad. Esto lo entendió bien Voltaire, quien frecuentemente singularizó su correspondencia con una expresión que no ha perdido en absoluto su vigor revolucionario: «Écrasez l'infâme!» (¡Aplastad la infamia!). Con estas tres palabras, Voltaire denunció reiteradamente los abusos cometidos por la aristocracia y el alto clero en contra de los sectores más humildes de la sociedad francesa de su época. Sin embargo, Voltaire jamás obró en forma infamante contra la infamia misma. La justicia no tolera la mezquindad ni la cobardía: creo que lo menos que debemos a Diego Fernández de Cevallos es considerarle bajo este espíritu volteriano, y desearle que vuelva pronto, sano y salvo, al lado de las personas que le aman.

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