martes, 18 de mayo de 2010

A Vueltas con Mozart: De Baby Einstein a la Revolución Francesa

Tras varias jornadas entregado al comentario de temas eminentemente sórdidos y/o distópicos, me ha invadido la ingente necesidad de volver a las raíces utópicas de este espacio bloguero. Puesto que, además, los próximos días estaré ausente, enclaustrado en un congreso sobre teoría del Derecho en la ciudad de Girona, he decidido cerrar la semana con una entrada sobre algún tema musical. De este modo, procuraré a los tres lectores del blog un buen sabor de boca y, al propio tiempo, rendiré un veloz homenaje a la música, llamada por Ernst Bloch la más utópica de las artes.

En el año 1993, a raíz de la publicación en la revista Nature de un estudio  sobre la relación entre la música y nuestra capacidad de razonamiento espacial, se esparció a lo largo y ancho del planeta la convicción de que los bebés menores de tres años que escucharan el primer movimiento de la Sonata para Dos Pianos en Re Mayor, K. 448, de W. A. Mozart, verían más desarrolladas sus capacidades intelectuales. Esta creencia fue bautizada como «el efecto Mozart», y suscitó un auténtica avalancha de productos comerciales presuntamente educativos destinados a los bebés. Entre los fabricantes y distribuidores más visibles de dichos productos se encuentra la compañía Baby Einstein, adquirida por Walt Disney en 2001 (cabe recordar, entre su oferta pedagógica, el inefable CD titulado «Baby Mozart» que, por supuesto, incluye en su repertorio la pieza musical antes mencionada).


Ahora, un equipo de psicólogos de la Universidad de Viena ha rebatido esta tesis con el que dicen es el estudio más comprehensivo que se ha realizado sobre esta materia hasta la fecha. Los psicólogos austriacos han expuesto a 3000 sujetos a la antedicha sonata, pero no han encontrado cambios significativos en sus habilidades cognitivas. Los resultados de su investigación han sido publicados en el número de la revista Intelligence correspondiente a este mes, y muestran que el mero hecho de escuchar música de Mozart no permite observar mejoras en las facultades de los sujetos expuestos a ella.

El «efecto Mozart» se hizo tan famoso que llevó la pieza musical en cuestión hasta las listas de superventas. El Gobernador del estado de Georgia, en los Estados Unidos, incluso llegó al extremo de regalar a cada madre primeriza un CD de música clásica en 1998. No obstante, numerosos científicos llevan años poniendo en duda la realidad del «efecto Mozart» (una postura que incluso ha encontrado respaldo, en fechas relativamente recientes, en la propia revista Nature). Hoy difícilmente podríamos afirmar que la música clásica nos convierte en personas más inteligentes. De hecho, Baby Einstein ha convenido en reembolsar el precio de sus productos a quienes, con la falsa esperanza de formar un genio en la familia, los adquirieron entre el 5 de junio de 2004 y el 4 de septiembre de 2009.

Llámenme necio, entonces: a pesar de los pesares, yo quisiera reivindicar el valor pedagógico de Mozart. Liberado del pesado fardo de Baby Einstein, el compositor austriaco puede revelarse como un músico indispensable en los tiempos que corren. Le nozze di Figaro, ossia la folle giornata, (K. 492) debería ser la ópera de cabecera para todo trabajador acosado por la crisis. Inspirada en La Folle Journée, ou Le Mariage de Figaro (1778), pieza teatral escrita por Pierre-Augustin Caron de Beaumarchais, esta obra -que ninguna compañía operística osaría excluir de su repertorio- fue estrenada el 1º de mayo de 1786, escasos tres años antes del inicio de la Revolución Francesa. Justamente, el espíritu revolucionario se anticipa, latente, agazapado en los acordes de Mozart y los versos con los que su guionista, Lorenzo da Ponte, da vida al duelo amoroso entre el conde Almaviva y su criado Figaro, que habrá de resolverse a favor del ingenio de este último.

En Le nozze di Figaro, como podría esperarse en todo conflicto de clases, la conciencia de la injusticia viene de abajo. «Bravo, Signor padrone», musita Figaro enfadado desde el principio del primer acto, cuando su prometida Susanna le hace saber que sospecha que el conde ha dispuesto sus habitaciones muy próximas a la suya con miras a  seducirle con mayor facilidad. A continuación, Figaro entona un minuet burlesco y, a la vez, amenazante, que miniaturiza al amo: «Se vuol ballare, Signor Contino». El conde desea bailar: que así sea, pero Figaro decidirá la música y el ritmo.



En el Tercer Acto, el conde responde con un soliloquio recitativo y un aria («Hai gia vinto la causa») rebosante de ira y violencia. No sólo su lujuria, sino también su sentido del orgullo y las jerarquías sociales, han sido profundamente ofendidos por los planes para mantener a Susana a salvo de sus garras. «Vedro, mentr'io sospiro, Felice un servo mio» («¿Porqué he de suspirar frustrado, mientras es feliz un siervo mío?»), se pregunta con amargura.



Al final, los deshonestos deseos del conde son puestos en evidencia mediante el ardid del disfraz (la condesa y Susanna, patrona y sirvienta respectivamente, intercambian sus vestidos), allanando así el camino hacia la reconciliación final, el momento más sublime de la ópera. Sin embargo, esta reconciliación no involucra los elementos tradicionales de la gracia (grazia) concedida por los dioses, o la clemencia (clemenza) mostrada por los monarcas hacia sus súbditos. Se trata, simple y llanamente, de un acto de perdón (perdono). Enredado en sus propias mentiras y confundido por los nobles vestidos que porta Susanna, el conde piensa que la condesa le ha sido infiel con Figaro. Susanna (actuando como la condesa, cabe insistir) le ruega perdón, pero el conde no se lo concede. Entonces la condesa, vestida como Susanna, se presenta ante él. Puesto que el conde ha intentado seducirla, ignorante de que en realidad era su esposa, se ve obligado a solicitar el perdón que antes había negado:

«CONTÉ: Contessa, perdono.
CONTESSA: Più docile io sono

E dico di sì.

TUTTI: Ah! Tutti contenti
Saremo così.»
 
Conde: Condesa, perdóname. Condesa: Mi amabilidad prevalece, y te concedo el perdón. Todos: ¡Ah, todo mundo estará feliz ahora!»)



Tutti contenti saremo così: el momento utópico de la reconciliación en la igualdad, la libertad y la fraternidad soñado por la Revolución Francesa. En suma, escuchar a Mozart seguramente no nos hará más listos. Sin embargo, con un poco de buena fe, probablemente nos ayude a vivir con mayor dignidad. Porque cada trabajador, como Figaro, puede marcar el ritmo de su respectivo contino.

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