lunes, 7 de junio de 2010

El Saldo de los Dos Viajes de Rachel Corrie

A principios del 2003 (esto es, durante la Segunda Intifada), Rachel Corrie, ciudadana estadounidense y activista militante en el International Solidarity Movement (ISM), viajó a la Franja de Gaza, donde intervino en reiteradas ocasiones como escudo humano para evitar que el ejército israelí demoliese viviendas palestinas como parte de su estrategia contrainsurgente. El 16 de marzo de dicho año, Corrie formó parte de un equipo de siete activistas que se enfrentó a un equipo militar de demolición en Rafah, localidad que se encuentra en la frontera de Gaza con Egipto. Un bulldozer blindado finalmente atropelló a la joven y la arrastró a lo largo de varios metros. El conductor argumentó que no la había visto, pese a que portaba un chaleco fluorescente y se colocó, en principio, a quince metros de la máquina mientras sus compañeros alertaban a los operarios sobre su presencia con un megáfono. Corrie murió pocas horas después, en un hospital palestino.

Las autoridades israelíes pidieron disculpas a la embajada de los Estados Unidos. El entonces primer ministro, Ariel Sharon, prometió una investigación transparente del incidente. Sin embargo, la Cámara de Representantes de los Estados Unidos rechazó la petición de requerir al Estado israelí una investigación independiente, de modo que fue el propio ejército que había perpetrado el atentado contra la vida de Corrie quien condujo las correspondientes pesquisas. Evidentemente, la conclusión a la que llegaron las autoridades israelíes fue que los operarios y soldados involucrados en el suceso no tuvieron responsabilidad alguna en la muerte de Corrie, a la que calificaron como meramente accidental.

En marzo pasado, la coalición de organizaciones de derechos humanos pro-palestina Free Gaza Movement bautizó con el nombre de Rachel Corrie uno de los buques de la llamada Flotilla de la Libertad, en los que viajaban 750 tripulantes de unos 50 países diferentes, los cuales pretendían llevar unas 10,000 toneladas de ayuda humanitaria a la Franja de Gaza, rompiendo así el bloqueo impuesto por Israel al territorio palestino. A bordo del Rachel Corrie viajaban la Nobel de la Paz Mairead Maguire y el ex vicesecretario general de la Organización de Naciones Unidas, Denis Halliday. El 26 de mayo partió desde Irlanda, pero debido a problemas mecánicos, no pudo llegar al punto de encuentro en la fecha acordada: cuando la flotilla fue asaltada por comandos israelíes -incidente en el que fueron brutalmente asesinados nueve activistas que tripulaban el Mavi Marmara- el buque se encontraba navegando a la altura de Malta. Tras reunirse a bordo, los 11 tripulantes, decidieron continuar con el viaje con rumbo a Gaza a pesar de las advertencias de Israel. El Rachel Corrie finalmente fue interceptado y abordado por tropas israelíes en aguas internacionales (donde se permite apostar pero, por lo visto, está prohibido apoyar la causa palestina) a las 12:00 del 5 de junio de 2010, sin que se produjeran otros episodios violentos.

Es alarmante que los comentarios que dejan los amables lectores en las crónicas periodísticas que dan cuenta de estos acontecimientos (quienes siguen este blog, sabrán que continuamente me intereso por tales retazos anónimos y exaltados de la vox populi)  oscilan a menudo entre el antisemitismo y la islamofobia, según el bando que el comentador en cuestión prefiera apoyar. Ninguna de estas posturas es admisible en un espacio público democrático o, cuando menos, medianamente razonable en perspectiva moderna. La discriminación fundada en la forma como las personas rezan o dejan de rezar fue carta corriente en el siglo XVI, pero no debería serlo en el XXI. Hoy en día debería prevalecer el argumento ético adelantado por John Stuart Mill en el célebre On Liberty: «Soy de opinión que otras éticas, distintas de las que se pueden considerar originarias de fuentes exclusivamente cristianas, deben existir al lado de la ética cristiana para producir la regeneración moral de la humanidad; y que el sistema cristiano no es una excepción a la regla de que, en un estado imperfecto del espíritu humano, los intereses de la verdad requieren una diversidad de opiniones» (donde Mill dice cristiana, anote usted, lector o lectora del blog, el calificativo que mejor describa su personal concepción de la virtud).

La actuación del Estado israelí puede -y debe- evaluarse al margen de la religión judía. Aunque Israel haya echado mano en ocasiones de argumentos relacionados con la religión para justificar sus actos (fundamentalmente, al aducir que quien disiente de su política internacional es en el fondo un antisemita), ello no nos autoriza a obrar en los mismos términos si aspiramos a valorar la situación de Oriente Medio conforme a cánones racionales. De hecho, el destino sufrido por Rachel Corrie en sus dos viajes a la franja de Gaza -el primero, íntimo; el segundo, simbólico- requiere una evaluación  secular de las políticas israelíes, que reflejan y proyectan los extremos alcanzados en la persecución del terrorismo auspiciada por diversas potencias occidentales en los últimos años. Quienes pretenden justificar la posición de Israel aducen, por regla general, dos argumentos que ciertamente son ajenos al ámbito religioso (mismos que, curiosamente, afloran también con frecuencia entre quienes respaldan cualquier barbarie en nombre de la lucha antiterrorista): primero, que sus vecinos aspiran a destruirlo desde el momento mismo de su fundación; segundo, que, puesto que se trata de la única democracia en la zona, su defensa es siempre legítima.

Por lo que atañe al primer argumento, cabe preguntar hasta qué punto Israel ha contribuido a alimentar los odios en su contra. Quien realmente pretenda romper del círculo de la violencia, difícilmente puede responder al agravio con agravios aún más brutales. ¿Cuánto tiempo ha ignorado Israel la Resolución 242 del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, fechada el 22 de noviembre de 1967, que ordena la retirada israelí de los territorios ocupados de Gaza, Cisjordania y Jerusalén? ¿Podríamos decir que, al día de hoy, Israel ha dado muestras de estar dispuesto a cumplir con la Resolución 1397 del propio Consejo de Seguridad, que el 12 de marzo de 2002 apoyó la creación de un Estado palestino con fronteras reconocidas y seguras? ¿Cómo conciliar el supuesto compromiso de Israel para convivir en paz con los palestinos con la demolición de viviendas y la construcción de muros?

Por lo que atañe al presunto carácter democrático del Estado de Israel, parece pertinente señalar que la democracia no es enteramente reducible a las elecciones periódicas, así como el Estado de Derecho no se agota en la separación de poderes. No existe democracia ni Estado de Derecho ahí donde se desprecia abiertamente la legalidad internacional y se toleran los asesinatos selectivos, el encarcelamiento sin las garantías del debido proceso, la expulsión arbitraria de poblaciones enteras o la discriminación legal de quienes no profesan la religión judía.

En suma, la cuestión que subyace a la tensa situación en Oriente Medio es la siguiente: ¿está legitimado el crimen perpetrado por un Estado, por muy amenazado que esté o muy democrático que se considere a sí mismo? Para que el saldo de sangre dejado por los dos bienintencionados viajes de Rachel Corrie a Gaza no sea absolutamente inútil, me parece que estamos obligados a responder negativamente a esta pregunta.

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