sábado, 5 de junio de 2010

Cohn-Bendit: Sensatez y Sensibilidad

La crisis sigue su curso destructivo: el nuevo Gobierno húngaro presidido por el conservador Viktor Orbán, elegido el pasado mes de abril, anunció ayer que el Ejecutivo anterior había manipulado las cuentas públicas, y que «no es una exageración» hablar de la suspensión de pagos de la deuda soberana del país centroeuropeo.  La convulsión se extendió inmediatamente por los mercados bursátiles. El Ibex se hundió un 3,8%, el Dax alemán cayó 1,91% y el londinense FTSE bajó 1,63%. El euro se depreció hasta 1,19 dólares, el nivel de cambio más bajo desde el mes de marzo de 2006.

La pertinencia de una nueva socialización de las pérdidas de los bancos mediante la inyección de capital público que compense sus pérdidas es una opción que ha comenzado a adquirir el prestigio de lo razonable (sotto voce... o no tanto) en los círculos de la opinocracia financiera. El problema, se dice, es que la incertidumbre provocada por la turbulenta situación económica de Grecia o Hungría (por citar un par de ejemplos) confluye inevitablemente sobre los bancos, cuyos balances están contaminados por los títulos de deuda emitidos por  tales países. Por supuesto, los Estados (y estoy hablando, ¡oh, ironía!, del llamado primer mundo) no están ahora en condiciones para hacer frente a un nuevo rescate bancario. ¿Cómo van a rescatar los bancos, si no pueden salvarse a sí mismos?

Para complicar un poco más la situación, la discusión y entrada en vigor de la normativa conocida como Basilea III ha sido aplazada por el G-20 hasta 2014 o incluso más allá. Dicha normativa pretende obligar a los bancos a mantener niveles de capital más elevados y de mejor calidad, de tal forma que sean más sólidos ante una eventual crisis y no necesiten ser rescatados con fondos públicos. La importancia de esta regulación se hace patente en cuanto consideremos que en las raíces de la actual crisis financiera internacional, precisamente, se encuentra una regulación inadecuada y laxa de los requisitos de capitalización de la banca.

En suma, las noticias de esta semana no han sido  particularmente buenas (y eso que no me he metido con el último happening del Estado israelí, que sin duda merece algún comentario sobre la indispensable diferenciación entre el inaceptable antisemitismo y la igualmente ineludible condena moral y jurídica que merecen los métodos de Israel). Sin embargo, la esperanza aparece en ocasiones donde menos confiamos que haga acto de presencia. Entre la vorágine de avaricia y desconfianza desatada por la crisis, el político franco-alemán Daniel Marc Cohn-Bendit ha  levantado recientemente una voz teñida de sensatez y sensibilidad  (virtudes que no están tan reñidas como supone Jane Austen) en el mismísimo Parlamento Europeo. El discurso pronunciado por Cohn-Bendit con motivo de la crisis griega es esperanzador, cuando menos, en dos sentidos: primero, porque quien se expresa con tal pasión y libertad por una causa justa demuestra que, a pesar de los pesares, la democracia aún no está perdida y, segundo, porque al evidenciar la locura capitalista ha hecho evidente que, en el plano de los principios, el proyecto socialista todavía vive en la medida en que, sencillamente, es la más razonable de las opciones políticas que se perfilan en nuestro futuro.

Sin mayores preámbulos, entonces, los dejo con Daniel Cohn-Bendit:


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