domingo, 4 de abril de 2010

Cristianos con Tranchete

En México, la expresión "ver moros con tranchete" es utilizada para señalar aquéllas circunstancias en que una persona percibe (sin que ello sea necesariamente cierto) que está cercada por enemigos dispuestos a atacarla. No creo que sea indispensable realizar un extenuante análisis historiográfico para determinar sus orígenes. Lo cierto es que, en vista de los eventos que tuvieron lugar el pasado (M)iércoles (Santo) en la Mezquita de Córdoba (es decir, en la Catedral de Nuestra Señora de la Asunción), la imagen de unos fantasmagóricos individuos hostiles provistos con dagas afiladas parece haber cobrado nueva vida. En esta ocasión, empero, quienes sacaron a relucir los peligrosos tranchetes fueron los cristianos... aunque la presunta amenaza encarnada en el bando contrario fuese básicamente irreal.

Los hechos desnudos son los siguientes: algunos musulmanes que visitaban la susodicha Mezquita, reconvertida en recinto cristiano alrededor del año 1236, se dispusieron a orar en el templo. Al ser reprendidos por los guardias de seguridad, dos de los orantes se enfrentaron a ellos. Acto seguido, la policía fue alertada sobre la contumaz plegaria que los cancerberos habían sido incapaces de silenciar.  Los agentes del orden público que acudieron a la llamada forcejearon con los rezadores rebeldes hasta que éstos fueron sometidos. El saldo: dos musulmanes detenidos, tres policías lesionados.

Los detalles del enfrentamiento habrá de imaginarlos cada cual, a menos que pueda entrevistar a alguno de los testigos directos. Las versiones periodísticas sobre lo sucedido varían tanto entre ellas que es prácticamente inevitable concluir que en la vida nada es verdad ni es mentira, sino que todo depende del color del cristal con que se mira. Para quien lo dude y profese una inquebrantable vocación cívica hacia el ejercicio de la veracidad en el espacio público, siempre queda la opción de contrastar los relatos respectivamente ofrecidos por El Mundo y por El País (y si acaso quiere llevar sus pesquisas hasta sus últimas consecuencias, también puede consultar las crónicas publicadas por La Razón y Público).

La Junta Islámica ha solicitado que, para evitar en el futuro incidentes de esta índole, sea permitido el culto conjunto en el templo. Sin ser adivino, puedo anticipar que esta petición no llegará muy lejos bajo el actual pontificado de Benedicto XVI. Soplan en la Iglesia Católica vientos (¡huracanes!) anteriores al Concilio Vaticano II (1962-1965). Lejos quedan los tiempos de la Declaración Nostra Aetate, en la que se reconocía que «las demás religiones que se encuentran en el mundo, se esfuerzan por responder de varias maneras a la inquietud del corazón humano, proponiendo caminos, es decir, doctrinas, normas de vida y ritos sagrados» que «no pocas veces reflejan un destello de aquella Verdad que ilumina a todos los hombres», y se ordenaba consecuentemente a los católicos que «con prudencia y caridad, mediante el diálogo y colaboración con los adeptos de otras religiones, dando testimonio de fe y vida cristiana»,  guardaran y promovieran «aquellos bienes espirituales y morales, así como los valores socio-culturales que en ellos existen».

Benedicto XVI ha impuesto una concepción asaz distinta del diálogo interreligioso, cuya mayor singularidad reside en haber conseguido mezclar un  dogmatismo ciego a la realidad con una arrogancia suicida. Por muchas razones, podemos coincidir con Albert Rouet, arzobispo de Poitiers, en calificar a la Iglesia Católica como una subcultura en peligro de extinción. Centrémonos, sin embargo, en los aspectos ecuménicos. Todavía resuenan  las palabras pronunciadas por el pontífice el día 12 de septiembre de 2006 en la Universidad de Ratisbona: mediante una desafortunada cita del emperador bizantino Manuel II, Benedicto XVI atacó al Islam acusando a sus enseñanzas de «perversas» y «violentas». Por obvias razones, este discurso provocó una auténtica conmoción en el mundo musulmán: frenó el ecumenismo, crispó a los creyentes moderados y dio argumentos a los  radicales para justificar la lucha contra el occidente cristiano y sus valores.

En esta misma línea, Benedicto XVI decidió recuperar la anacrónica oración  conocida como Plegaria por los Judíos, que se rezaba antiguamente durante la celebración del Viernes Santo. Esta rogativa, abandonada por la Iglesia tras el Concilio Vaticano II, abunda en menciones peyorativas para los judíos, a quienes califica como «pérfidos» y cataloga como un «pueblo obcecado» cuya «ceguera», patente en el hecho de negar a Cristo la calidad de Mesías, les ha hecho permanecer perennemente en las «tinieblas». De este modo, Benedicto XVI hizo una concesión a los sectores fundamentalistas de la Iglesia, que en su día se separaron de Roma siguiendo al obispo cismático Marcel Lefebvre y que ahora, agrupados en la Sociedad San Pío X, han retornado a la obediencia vaticana.

Dicho en breve: en Roma se ha instalado un Papa medieval. Por supuesto, habrá quien se encoja de hombros ante este señalamiento y se conforme con apuntar que la influencia de la Iglesia ha menguado a tal grado que, a fin de cuentas, poco importa lo que disponga Benedicto XVI. Yo no estaría tan seguro: basta con leer los comentarios a las notas que las ediciones digitales de los distintos periódicos españoles han dedicado a los sucesos del pasado miércoles en la Mezquita de Córdoba para caer en la cuenta de que todavía quedan muchos cristianos dispuestos a blandir el tranchete. Así que sugiero mirar hacia delante, y trascender la Edad Media resucitada por Benedicto XVI con la visión utópica renacentista de Thomas More (paradójicamente, canonizado por la propia Iglesia Católica en 1935):

«Las instituciones utopianas más antiguas contemplan que ninguna persona se vea perjudicada por su religión. Ya desde el principio, Utopo se había dado cuenta de que antes de su llegada los indígenas estaban en perpetua guerra a causa de las religiones. Observó también que esta situación del país le había facilitado enormemente su conquista, ya que las sectas disidentes, en vez de estar unidas, combatían aislada y separadamente. Conseguida la victoria, y dueño ya de la isla, decretó que cada uno era libre de practicar la religión que le pluguiera. No proscribió, sin embargo, ese proselitismo que propaga la fe de una manera razonada, suave y humilde. Que no trata de destruir brutalmente a los demás si sus razones no convencen. Y que, en fin, no emplea ni la violencia ni la injuria [...] 

Todo esto lo dispuso Utopo por imperativo de la paz. Ésta quedaría totalmente destruida con discusiones continuas y los implacables odios que originan. Pero pensó además que esta medida redundaba en beneficio de la misma religión. No se atrevió a dogmatizar a la ligera sobre asuntos tan serios. No estaba seguro de que Dios no quería un culto vario y múltiple al inspirar a unos uno y a otros otro. 

Pensó que era insolente y grosero exigir por la fuerza o por amenazas que lo que uno cree que es verdadero lo tengan que admitir los otros [...] Pensó sabiamente que, si se procede con moderación y prudencia, la fuerza de la verdad emerge y se impone por sí misma. Si, por el contrario, se acude a la guerra y a la violencia, resulta que los más atrevidos suelen ser siempre los peores. De esa manera la religión por santa y buena que sea quedará ahogada entre las supersticiones más burdas como el trigo entre las espinas y abrojos. Optó por una vía de moderación: dejó que cada uno creyera aquello que le pareciera mejor».
 
Amén.

2 comentarios:

  1. "Brother will kill brother
    Spilling blood across the land
    Killing for religion
    Something I don't understand

    Fools like me who cross the sea
    And come to foreign lands
    Ask the sheep for their beliefs
    Do you kill on God's command?"

    Song: Holy Wars... The Punishment Due
    Album: Rust in Peace
    Author: Dave Mustaine

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  2. Magna rola, maestro (¡qué ganas de poner ahora mismo alguno de aquellos discos que solías comprar las mañanas de los sábados en El Chopo!)... Se me ocurre que quizás, en un ejercicio de esperanza utópica, podamos responder a Megadeth con Bob Dylan:

    The line it is drawn
    The curse it is cast
    The slow one now
    Will later be fast
    As the present now
    Will later be past
    The order is rapidly fadin’
    And the first one now will later be last
    For the times they are a-changin’

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