lunes, 5 de abril de 2010

El Legado del Patito Feo


Hans Christian Andersen nació en Odesa (Dinamarca) el 2 de abril de 1805. Tal como adelanté en alguna entrada previa, el pasado viernes se celebró el aniversario de su natalicio, revestido de una relevancia tal que Google consideró pertinente presentar un diseño de su página inicial alusivo a la ocasión. Conviene destacar este hecho porque, desde mi punto de vista, aún no ha sido valorada en toda su profundidad la influencia que el pensamiento y la obra de Andersen han ejercido en la construcción de las mores occidentales vigentes.

Heredero del revisionismo del cuento de hadas impulsado por los hermanos Jacob y Wilhelm Grimm en pro de las concepciones burguesas de infancia y familia, Andersen (entre otros escritores y escritoras de la segunda mitad del siglo XIX) ultimó el canon del sano entretenimiento para niños y niñas que aún nos rige en la actualidad. En Das Märchen meines Lebens ohne Dichtung ("El cuento de mi vida sin literatura"), narración autobiográfica publicada en alemán hacia 1847, Andersen definió el gazmoño concepto de la estética y funciones de los productos culturales destinados al público infantil que más tarde habrían de recoger las buenas conciencias burguesas prácticamente hasta las postrimerías del siglo XX:


«Con la publicación de la colección de cuentos en Navidades de 1843 comenzó para mí el reconocimiento y el aprecio en Dinamarca, y desde entonces no tengo motivo para quejarme […] En el primer volumen publicado había contado […] viejos cuentos que había oído de niño. El cuadernillo se cerraba con uno original, que pareció agradar más que los demás […] En mi creciente inclinación hacia el cuento seguí por tanto mi impulso e inventé yo mismo la mayoría de ellos. Al año siguiente salió un nuevo cuadernillo y poco después un tercero, donde el cuento largo La sirenita estaba inventado por mí. Este cuento despertó muchísimo interés, que creció con los siguientes cuadernillos. Cada Navidad aparecía uno nuevo, y pronto no podían faltar mis cuentos en ningún árbol de Navidad […] Para que el lector pudiera entender por qué contaba los cuentos en la forma en que lo hacía, había titulado los primeros volúmenes Cuentos, Contados para Niños. Había puesto mis narraciones sobre papel en la misma lengua y con las mismas expresiones con que yo mismo se los narraba en voz alta a los pequeños, y había llegado a la conclusión de que interesaban a todas las edades: los niños se divertían sobre todo con lo que llamaría el "aparato", mientras que los mayores se interesaban por las ideas más profundas».

Detengámonos un momento en las ideas profundas que, según Andersen, despertaban el interés de los adultos en sus historias infantiles. Hijo de un zapatero y una lavandera, Andersen fue un verdadero hijo del lumpenproletariat… dotado de una precaria y ambivalente conciencia de clase. Aunque sus cuentos frecuentemente expresan simpatía hacia los oprimidos, a la vez encontramos en ellos una inequívoca admiración hacia la burguesía combinada con una fe ciega en la idea de predestinación que fundamenta la (así llamada por Max Weber) ética protestante que interpreta el éxito mundano como un indicio del estado de gracia concedido por la Providencia desde la eternidad. Henchido de certitudo salutis en vista de la piadosa alegría que despertaban en su corazón «los homenajes y el reconocimiento» de la nobleza y la alta burguesía, Andersen anota en su autobiografía novelada: «La historia de mi vida le dirá a todo el mundo lo que me dice a mí: Existe un Dios de amor que lo lleva todo hacia lo mejor posible».

La idea de predestinación sirvió indirectamente a la racionalización y legitimación de la desigualdad instaurada por el capitalismo en cuanto –como advierte Max Weber- abandona a la Divina Providencia la determinación del puesto que corresponde a cada cual en el mundo. Incapaz de justificar por la cuna su ascenso social, Andersen recurrió a la doctrina de la predestinación para reclamar el reconocimiento que creía merecer en vista de las dotes innatas que la Providencia le había obsequiado como Digter (poeta), y reflejó constantemente esta convicción religiosa en su obra. «Nada importa nacer en un gallinero cuando se sale de un huevo de cisne», podemos leer en uno de sus relatos más íntimos y distintivos, Den grimme ælling ("El Patito Feo", 1843). No obstante, el camino que conduce al cisne desde la oscuridad del corral hasta el jardín donde su belleza es finalmente aceptada y admirada atraviesa por el sufrimiento y la tortura. Una lectura atenta del resto de la producción cuentística de Andersen (escrita entre 1835 y 1875) revela diversas variaciones sobre este mismo tema: aunque la verdadera nobleza no proviene del linaje, sino de la Providencia, es preciso probarla mediante la humilde aceptación de los misteriosos designios divinos que colocaron a su poseedor en una situación desventajosa.

Dicho en otros términos, para Andersen el orden natural de las cosas manda que unos disfruten de una mejor situación social que otros, dado lo cual la virtud exige conformarse con las jerarquías establecidas mientras no se posea la certeza de que se pertenece por derecho propio al grupo privilegiado. Así, antes de adquirir conciencia sobre su singular naturaleza, en la escena final del cuento el tiranizado y postergado cisne exclama al topar con sus tres congéneres: «Volaré hacia esos pájaros majestuosos. Me destrozarán con sus picos, porque yo, que soy tan feo, tengo la osadía de acercarme a ellos ¡Pero no importa! Prefiero que me maten a ser picoteado por los patos, empujado por las gallinas, pateado por la muchacha que cuida el corral, y padecer durante el invierno». En estas breves líneas, Andersen representa alegóricamente una cosmovisión entera: para los elegidos por la Providencia, la humillación a manos de las clases superiores (los cisnes blancos) será siempre más gratificante que la ruda convivencia con el pueblo llano (las aves de corral), incapaz de apreciar el genio y la belleza. La recompensa que reciben a cambio de su abnegación no es tanto la autonomía –el poder sobre su propia vida- cuanto la seguridad que provee el favor del poderoso: los niños que obsequiosamente arrojan «pan y trigo» a las aves del jardín constatan, ante la complaciente aquiescencia de los «cisnes viejos», que el recién llegado es «el más bonito» espécimen que adorna el estanque. Satisfecho y benévolo (puesto que «un buen corazón nunca es orgulloso»), el joven cisne sella entonces su historia con el cándido asentimiento que presta a su destino: «¡Jamás soñé tanta felicidad cuando no era más que un patito feo!».

Ilustración de Vilhelm Pedersen (1844)


Los cuentos de hadas de Charles Perrault, los hermanos Grimm y Andersen están vinculados por un mismo hilo conductor: la progresión de la burguesía hasta su definitivo afianzamiento como clase social hegemónica. En gran medida, han sido los servicios que han prestado a la causa burguesa lo que ha asegurado su permanencia en los parvularios hasta nuestros días. Beneficiada por una recepción dinámica y sumamente extendida dado el tardío desarrollo del cuento de hadas literario en otras latitudes occidentales –concretamente, en Inglaterra y España, así como en las zonas colocadas bajo su influencia durante el periodo colonial-, la obra de estos autores fue crucial para la configuración del género como una herramienta didáctica subordinada a las mores y los valores que los niños y las niñas debieron –y deben aún- asimilar a efecto de asegurar su aceptación e integración en los contextos socioculturales generados por un sistema capitalista en plena evolución y desarrollo. Jack Zipes efectúa un agudo diagnóstico a este respecto cuando afirma que existe una inequívoca relación histórica entre «los cuentos de hadas de la sociedad cortesana de Perrault» y «los cuentos de hadas fílmicos de la industria cultural de Walt Disney»»» debido a que «la estética y la ideología» inscritas en los primeros encarnan un importante capítulo del «proceso civilizatorio general de Occidente» (Fairy Tales and the Art of Subversion, Nueva York, Routledge, 1991, p. 17)... cuya continuidad hasta nuestro tiempo, habremos de añadir nosotros, pasa también por las aportaciones de los hermanos Grimm y Hans Christian Andersen.


The Ugly Duckling (Walt Disney, 1931)

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