viernes, 2 de abril de 2010

Crónicas Kafkianas: Paulette y la Pericia Policiaca

Originalmente, pensaba dedicar la nota de esta mañana al aniversario del natalicio de Hans Christian Andersen y la Semana Santa, pero El Patito Feo y las saetas (o las torrijas, según el fervor con que se mire el asunto) tendrán que esperar algunos días, en vista de asuntos más urgentes que han capturado mi atención. La nota roja o crónica de sucesos (expresiones sinónimas, cuya pertinencia depende del lado del Atlántico en que nos ubiquemos) trasciende fronteras, y el día de ayer llegaron hasta los titulares de los telediarios españoles los sórdidos detalles de la muerte de la niña Paulette Gebara Farah. Si el destino de Paulette no fuera tan inequívocamente desolador (por su edad y sus discapacidades lingüísticas y motrices, que acentúan su condición de vulnerabilidad), la historia de su absurda muerte tendría auténticos tintes de farsa. Incluso sirviéndonos exclusivamente de la información provista por la prensa en torno al caso, la actuación de la Procuraduría de Justicia del Estado de México ilustra inmejorablemente la inefable perspicacia de la policía mexicana. En un principio, las declaraciones de Lisette Farah (madre de Paulette) a los medios fueron las siguientes (para quien tenga ánimos y tiempo de leer la nota entera, he aquí  el vínculo correspondiente):

«El fin de semana, mi esposo (Mauricio Gebara) y mis dos hijas estuvieron en Valle de Bravo, yo había salido de viaje con una amiga y ya había regresado cuando ellos llegaron. Metí a Paulette, de 4 años, y a su hermana mayor a la casa y las cambié, arropé y les di la bendición para que se durmieran y después estuve platicando con mi esposo hasta que nos dormimos, y al siguiente día la más pequeña no estaba en su cuarto. En la mañana, la nana entra a su cuarto y no la ve en su cama para cambiarla y llevarla al kinder, y supone que estaba con su papá o que lo había seguido; sin embargo, ella encuentra a mi esposo en la cocina y le pregunta por la niña, sin saber de ella tampoco. Es cuando comenzamos a buscarla por toda la casa, afuera de ella, en el lobby, en la alberca, temiendo que hubiese caído a ella y haberse ahogado, pero que no fue así y es cuando nos alarmamos más porque no estaba».

De modo que la habitación es el último lugar donde Paulette fue vista, según el testimonio de quienes denunciaron su desaparición. No soy un experto en pesquisas policiales, pero no puedo evitar formularme las siguientes preguntas: ¿Cómo es posible que ningún policía haya tenido la idea de revisar debajo de la cama, donde finalmente fue hallado el cuerpo de la niña? ¿Acaso no es la cara oculta del colchón el escondite doméstico por excelencia (¡la fatídica caja de ahorro de los abuelos y las abuelas, tan a mano de los ladrones!)? ¿Qué clase de peritos policiales descubren un cadáver, tras haber inspeccionado y fotografiado reiteradamente un sitio, sólo cuando sus narices comienzan a sentirse ofendidas por el pestazo de la putrefacción?

La tragicómica participación de las autoridades bajo la dirección de Alberto Bazbaz en estos eventos viene rematada por la acusación contra Lisette Farah. Si Farah es responsable o no de los hechos que se le imputan, es algo que corresponde resolver a los jueces que conozcan este caso. Sin embargo, válidamente podemos apuntar que resulta perverso que la Procuraduría le exponga ante la opinión pública como culpable, basada únicamente en dictámenes psicológicos que han calificado a Farah como «audaz, astuta, fría» y «siempre [...] distante en la parte afectiva», a raíz de lo cual le ha sido diagnosticado un trastorno de personalidad (condición difundida a lo largo y ancho del mundo, porque el noticiero español repitió línea por línea las apreciaciones de los fiscales mexicanos). O sea, que Farah tiene una pinta de c*****a digna de hospital psiquiátrico. Basta con este perfilamiento para que el público se manifieste como lo hace el último comentador de la nota en la edición digital del diario Reforma que da cuenta de los referidos dictámenes psicológicos, quien bajo el elocuente sobrenombre de "Inquisidor", literalmente, propone: «Maldita vieja... ¡quemémosla en el Zócalo!»

¿Acaso no es esta una forma anticipada de resolver en un sentido determinado un juicio que no ha sido siquiera iniciado? ¿No está utilizando la Procuraduría a los medios de comunicación para predeterminar la culpabilidad de Lisette Farah? ¡Quemémosla en el Zócalo!, exige el Inquisidor porque los psicólogos han establecido que el alma de Farah se parecía a su (presunto) crimen, incluso antes de (presuntamente) haberlo cometido. Los paréntesis son totalmente intencionados: la valoración psicológica ha destruido la presunción de su inocencia que debe informar todo proceso penal, y ha estatuido en su lugar la certeza de una culpabilidad irrebatible, porque proviene del fuero interno y viene sancionada por el prestigio de la "pericia científica" . Así, si llega el momento del juicio, Farah habrá de enfrentarse a un dilema análogo a aquel que determinó la suerte de Sócrates ante el tribunal de jueces heliastos que lo condenó a beber la cicuta:
 
«Todos aquellos que, excitados por la envidia y valiéndose de la calumnia, os han persuadido [de mi culpabilidad] y aquéllos a los que, persuadidos ya, persuadieron luego a los demás, son más difíciles de asir: pues no me es posible hacerlos comparecer ni rebatir aquí a ninguno, sino que vengo a combatir con sombras, a la ventura; tengo que refutar a gentes que no responden»
 
Defender los derechos de Farah en el marco del proceso penal (como es el caso de la presunción de inocencia) no es una cuestión de simpatías o antipatías personales, sino que resulta necesario siempre que aspiremos a que, a la postre, también sean respetados los nuestros cuando nos enfrentemos al engranaje del Estado y, más aún, de un Estado tan estremecedoramente kafkiano como lo es el mexicano. Después de todo, ¿quién tiene la osadía de rendirse incondicionalmente ante una evaluación psicológica auspiciada por la misma dependencia pública que sólo pudo constatar la muerte de Paulette cuando percibió los primeros efluvios de la descomposición de su cadáver?

1 comentario:

  1. Raro parece que no la buscara la policía debajo del colchón, pero mas raro es que no la buscaran su madre o su hermana. O la tata.

    Imposible es sobre todo, que no empezara a oler hasta la semana. No Pudo Estar Ahí durante siete largos días.

    Probablemente no murió en su cuarto, quizá ni siquiera en casa. A lo mejor pasó unos días en coma.

    O SECUESTRADA.

    No culpo s nadie como actor del hecho, pero quizá a mas de uno como encubridor.

    ¿un accidente??

    ¿una vendetta??

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